Querida Laura
No dormía
todavía. ¿Y tú? Para ser honesto te diré que no podía permitirme dejar la mano
metida entre las sábanas y ver rodar mi cabeza por la almohada mientras pensaba
en ti. Me he levantado y, tras dudarlo un rato, he encendido la triste bombilla
que hay sobre mi mesa y he cogido un lápiz. Ya me conoces, no puedo dejarlo
para otro momento si me atormenta ahora lo que sea que me atormente. La
profundidad amarilla de los cuarenta vatios sobre el papel me ha transportado
rápidamente hasta ti. Sé que tenemos cinco horas de diferencia y siete de viaje
en avión, quince en coche (si no hay mucho tráfico) e infinitas en barco porque
no hay mar ni aquí ni allí, pero te prometo que cogeré uno en cuanto lo pongan.
Lo de las horas de viaje lo he leído en una revista. Bueno, casi todo, porque
lo del barco no lo dice, eso lo he inventado yo. En otro artículo habla de cómo
han cambiado los tiempos. Dice (esto te gustará) que ahora las mujeres sois
capaces de hacer cualquier trabajo, y que sí que valen las mujeres para la
mecánica y para el ejército y esas cosas que hacíamos sólo los hombres. Yo me
he reído mucho, sin parar. Mis compañeros me miraban mientras se preguntaban
qué estaría leyendo tan divertido, pero no saben que era por las fotos. En
ellas salían mujeres con uniformes de distintas profesiones y quedaba muy
divertido. Yasid, mi compañero árabe, se ha acercado a leer el artículo
conmigo, pero a él no le ha parecido tan divertido. He tenido la oportunidad de
hablar con un par de árabes y a veces pienso que el cómo ellos ven en general
las cosas es más profundo que a cómo las vemos nosotros. Sin embargo, hoy no
estoy de acuerdo con él. Sostiene que tenemos una relación del todo
inconsciente con la vida y la religión. No termino de verlo igual que él. Creo
que es bastante machista. Siempre me habla de su familia, pero omite a
cualquier mujer, como si ellas no tuvieran importancia, y de su compañero de
trabajo, socio masculino, por supuesto. Para mí, le digo, es mucho mas
interesante pensar que las mujeres tienen la misma importancia que los hombres,
más enriquecedor. Le hablo de La Célebre
Granjera sin decirle que se trata de nuestra madre, y que
todo el mundo en el estado de Kentucky la conoce por ese nombre, incluso el
grupo ése de coristas mantenidas envidiosas de Alabama, que no saben más que
aullar creyendo que cantan, y que todo el mundo sabe cómo se gastan tanta
cantidad del dinero que ahorran las sucias de ellas.
Háblame de ti,
Laura, por favor. Hace mucho que no me cuentas cómo estás ni en qué inviertes
el tiempo. Dime cómo está La
Granjera y por qué ya no viene a visitarme al hospital.
¿Sigue enfadada conmigo? La última vez, aprovechando la presencia de uno de los
enfermeros, se libró de que le pegara un puñetazo. Pero dile, aunque yo ya lo
he hecho por carta, que a veces siento rabia por estar aquí recluido y rodeado
de toxicómanos. Yo no soy como ellos, yo ya estoy limpio. Pero nos tratan a
todos igual, como peones en un juego de ajedrez viejo. Ya nadie quiere jugar
con nosotros. Cuéntame cómo van tus estudios –no los dejes, te harán libre.
Espero noticias tuyas. Pronto.
Con cariño,
Charly.
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