La mesa cojeaba. Me altera la
facilidad que tienen las mesas de las cafeterías para que no te sientas del
todo cómodo. Siempre he pensado que está hecho a posta para que no estés mucho
tiempo sentado y dejes sitio para otros clientes. Soy muy fan de las teorías de
la conspiración. Lo apunto en la servilleta que tengo al lado del platito sobre
el que descansa mi café con leche a temperatura de magma volcánico. Llevo
cuatro frases escritas y no consigo hilarlas para escribir mi pequeño relato.
Fijo la mirada en el charco de
café que se ha formado en el plato, consecuencia del cojeo de la mesa. Si
tienen mesas que cojean deberían llenar menos los vasos. No sé si es dejadez.
Lo apunto. Cinco frases. Aún no tengo hilo conductor.
Debería haberme puesto en la
barra. Pero la barra la habitan unos señores con camisa blanca, bien entrados
en edad, de esos que no sienten ninguna necesidad de ser amables con los
clientes. Saben que volveremos a entrar a escuchar sus secos buenos días, a
beber de sus vasos desbordantes en una mesa que cojea. Somos muy de costumbres
fijas. Da igual que nos traten mal que repetimos. Es una especie de vena mártir
que nos atenaza. Vena mártir que nos atenaza. Me gusta. Lo apunto. Siete
frases.
Prefiero la mesa. Así no se me
sienta nadie al lado. Además, el ser simpático de la barra no hace más que
pasar una bayeta para limpiar y hace que los clientes levanten los platos del
café. Así que el charco termina por formarse igualmente. Ningún pulso consigue
que el negruzco café deje de desbordarse. Ya lo he dicho. Llenan mucho los
vasos. Además me da mucho asco volverme a apoyar en la barra tras el paso de la
bayeta. Deberían prohibir el uso de esos trapos. Son un cúmulo de bacterias que
deja unas marcas mates en la barra. Son un nido de gérmenes. Los gérmenes no
gustan. A veces los humanos tampoco. Lo apunto. Ocho frases y la servilleta
llegando a su fin. Si no consigo hilvanar cada una de ellas me las llevaré a
casa y les daré una vuelta. Estoy contento con las frases de hoy. Pero les
faltan las muescas que hacen que todo encaje. Y sin muescas son frases
inconexas. Bien podría servir para una canción de Sabina. Pero no para un
relato.
Definitivamente tendré que seguir
en casa. No soporto más el balanceo de la mesa. Si me apoyo se va para un lado,
si me incorporo para el otro. El magma volcánico empieza a dejarse beber. Lo
hago sin levantar el vaso, apoyando los labios sobre el cristal con todo el
cuerpo echado para adelante. Toco el vaso. Creo que puedo levantarlo sin acudir
después a urgencias con quemaduras de tercer grado en las yemas de los dedos.
El charco de café del plato ha
dejado restos en el fondo del vaso. Por fuera. Según lo levanto un chorro de
líquido pardo se desparrama sobre la servilleta haciendo correr toda la tinta
de la pluma que dio forma a las frases. Mis frases que tanto me gustaban. Ya no
están. Ni para Sabina ni para relatos.
Blasfemo, pago y me voy. No sin
antes tirar la servilleta a la papelera y rumiar un desagradable hasta luego al
ser de la barra.
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