martes, 5 de agosto de 2014

#114 ME LO PROMETO



Acabo de volver. El viaje ha sido muy tranquilo, ciertamente. Más de lo habitual. Claro. He vuelto solo. Esta vez he vuelto solo. No me había dado cuenta hasta ahora de lo que ha supuesto un hecho tan simple como el recorrido en coche, el viaje de vuelta de la playa que hemos hecho siempre juntos, pero que, por vez primera, he hecho yo solo. Cuatro horas y media, como siempre, pero sin su compañía. Ha sido suave, ligero, algo metálico en el fondo de la boca, y enriquecedor. Lo bueno es que me he propuesto que, de ahora en adelante, será siempre así. El estado del hombre debe ser la soledad y la autonomía. ¡Qué gran decisión haber roto con ella!

La primera semana, el estado de embriaguez provocado por el cambio de sitio con la mente tan abierta a dejar salir todo el estrés acumulado durante el año y permitir la entada del relax para ocupar su lugar, no estuvo nada mal. Bastante previsible y tal vez por eso deseable. Después de estar todo el año esperando el momento de coger el equipaje más ligero posible, echarlo al maletero del coche, hacer una compra rápida para subsistir un par de días sin preocuparse de nada, echarla también al maletero y esperar relativamente poco tiempo en un infernal atasco para tener a la vista el mar durante un mes entero, la sensación de ‘me lo merezco’ es siempre la misma. Llevamos años haciendo lo mismo. Y los que nos quedan. Sin embargo tenía la sensación de que este año iba a ser distinto. ¿El año anterior también? ¿Y el anterior? Es posible. Es muy posible que cada año yo haya sido de los que se plantea los buenos propósitos antes de las vacaciones y no después. La primera semana es vivir en el paraíso de los elegidos, de los agraciados con el premio de la dicha. Todo ―casi todo― es alegría, paz, amor. Reina un ambiente que no es comparable ni con la Navidad. Se nota en las caras de la gente que por fin son felices. Y nosotros también nos lo creímos. Yo me lo creí, como cada año. Nos besamos y no nos dimos tiempo a deshacer el poco equipaje que siempre llevamos, para hacer el amor por vez primera en nuestra nueva vida de veraneantes, la especie más absurda y abundante de la época del año. Después bebimos y comimos y dormimos como si no fuéramos a tener la oportunidad de volver a hacerlo más.

La segunda y tercera semana son un proceso. Es evidente que se trata de un proceso que se ha repetido cada año y que, por triquiñuelas del destino, tendemos a olvidar a la vuelta de nuestras vacaciones. No obstante, este año me propuse no hacerlo. No iba a dejar pasar por alto el hecho de que el Edén de la primera semana, a partir de la segunda, comenzara a transformarse en un auténtico Hades. Que hacer el amor todos días pasara a frecuencia cero. Los ‘cariño’, ‘amor’, ‘corazón’ y ‘cielo’ se transformaran en ‘joder’, ‘coño’, ‘mierda’ y ‘hostia’. En lugar de procurar dar un paseo juntos por la playa como al principio, pasamos a procurar evitar hacerlo. Y las duchas después del baño en la piscina ya no nos excitaban tanto, sino que nos molestábamos. Esto, como he dicho, no cambiaba de la noche a la mañana. Al contrario, la velocidad de los cambios era tan lenta que apenas los notábamos y lo que al principio considerábamos lo bueno y normal, lo desconocíamos dos semanas después para considerar lo normal lo que sucedía entonces. Y puesto que este año quería ser consciente de ello, me odié por haber permitido que sucediera una vez más. Pero más aún la odié a ella por ser la que más situaciones propiciara para el cambio. No voy a alegar que todo fue su culpa, pero sí la mayor parte. Y por lo tanto, extrapolando, la mayor culpable durante los ocho años que llevábamos actuando de la misma manera. Llegados a aquel punto, sé que ninguno de los dos era feliz así. En ambos se presumían ganas de que el tiempo de vacaciones se agotara cuanto antes, cuando tanto tiempo llevábamos deseando que llegara. ¡Era inadmisible! Así que puse fin a la situación con todo lo que ello conllevaba, incluido el final de nuestra relación. A falta de diez días para volver a la ciudad, al estrés, al trabajo, nuestra historia como pareja se acabó. No fue fácil.

Siendo consciente del estado en el que nos hallábamos y sabiendo que, a la vista de todos los que nos rodeaban, nosotros éramos una pareja felizmente casada y hasta que la muerte nos separase, la determinación de acabar con nuestra relación para encontrarme en una situación si no peor, por lo menos igual, había de ser tratada con sumo cuidado. Al día siguiente de haber tomado mi decisión, tras una noche en vela pensando mis pasos minuto a minuto, me levanté antes que ella para que cuando ella lo hiciera se diera cuenta al instante de que algo raro estaba ocurriendo. Así que preparé un desayuno en condiciones con todo: zumo, café, tostadas, bollos, embutidos y huevos revueltos. Y funcionó. Cuando ella se despertó me miró con cara de sorpresa, miró el desayuno que la esperaba, volvió a mirarme ahora con inquietud, cogió el periódico y comió de todo. Mi plan estaba funcionando. Durante el resto del día se sucedieron un sinfín de gestos por mi parte que la tenían absolutamente descolocada: yo ordené la casa solo, hice la cama, barrí el suelo, pasé algo el polvo, hice la compra, bajé yo solo la sombrilla y las tumbonas a la playa para que ella no hiciera nada de nada, las subí a la hora de comer, preparé una comida algo especial, que se notara que era especial, fregué los platos… En fin, todo sobre lo planeado con el efecto correspondiente sobre ella: lo que al comienzo del día fue sorpresa e inquietud, se iba convirtiendo en alegría y agradecimiento. Tanto fue así que, una parte de mi plan que yo dudaba que fuera a suceder, ocurrió: hicimos el amor de nuevo durante la siesta. Bajamos a la playa de nuevo por la tarde, paseamos y nos bañamos juntos, nadamos un rato hasta donde ya cubría bastante y no había gente. Y la ahogué. Pedí socorro simulando mi propio peligro. Al poco me sacaron en una Zodiac junto a su cuerpo inerte que, con los ojos abiertos, me miraba con más sorpresa que nunca.


A pesar de todos los trámites administrativos y burocráticos relacionados con su accidental muerte, los diez días que faltaban para nuestro regreso fueron los mejores. No es que no la echara de menos. Ahora también lo hago. Pero la situación era insostenible y estoy convencido de que, si no hubiera tomado esta decisión, este Averno habría sido eterno. El viaje de vuelta ha sido tranquilo. Sin peleas, sin reproches, sin mierdas que echarnos uno sobre el otro… No sé si volveré a tener pareja, pero estoy seguro de que no volveré a dejar acumular ocho veranos en los que sólo se puede disfrutar de la primera semana. Seguro. Me lo prometo.

1 comentario:

  1. Desde luego que no me esperaba un final así... he tenido que leerlo dos veces por si lo estaba entendiendo mal... no obstante a más de uno se nos ha pasado alguna vez hacerlo...

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