No sabía si lo era. Toda la vida
creyendo serlo y al final iba a resultar que era lo que creía ser. Si seguía en
esta línea me iba a reventar la cabeza. Siempre fui más de conversación
liviana. Lo cierto es que ahora no conversaba con nadie. O quizás sí. Conmigo
mismo, que al final resultaba ser otro. Osea dos. ¿O uno con un ser
particionado como los discos duros? Vaya gilipollez. Decido ser dos. Muy
parecidos por cierto, no por ser iguales sino por ser uno la aspiración del
otro.
Y ahí me encuentro, conversando.
No sé si pedirme una caña o dos. O a pares, porque menudo filón que ha
encontrado mi cabeza para hacer cabriolas. Lo que me faltaba. Por si no
centrifugaba a unas revoluciones superiores a las que un ser humano sano podía
tolerar, ahora añado una perla. O dos.
¿Me bastaba aspirar a ser lo que
deseaba ser sólo para sentirme a gusto conmigo mismo? Sonaba un poco a tener
más cara que espalda. Los contratos se cumplen, si no no se firman. Pero en
fin, que las contradicciones de uno siempre hacen que la realidad sea un poco
más llevadera. Lo cierto es que si ahora tenía que asumir las dos realidades,
no sé cómo iban a encajar ahí las contradicciones. Igual podía generar unas
nuevas o duplicar las antiguas. Pero es que ya tenía unas cuantas, creo que la
mejor opción sería compartirlas.
Cuando descubrí que no era lo que
creía ser sino sólo una aspiración de serlo, lo llevé en secreto. Sí. Me daba
como no sé qué. Algunos podían pensar que no era sino una justificación de mi
fracaso vital, y otros simplemente pensar que estaba como una regadera. Me
gusta regar. Pero no tengo regadera. Soy más de utilizar el vaso en el que me
sirvo la cerveza en casa. Así mi ficus y yo compartimos menaje. Pero bueno, que
me voy del asunto. Y tengo a mi otro recién estrenado yo esperando una
solución.
Porque él es el bueno. Es el que
yo debiera ser y sin embargo no soy. Es el íntegro de moral intachable, el
padre amoroso y el amigo leal. Él es todo lo que yo deseaba ser. No, peor que
eso. Él es todo lo que yo pensaba que estaba siendo a lo largo de mi vida. Y
ahora descubro que no. Que es una especie de holograma que habita en mí. Que
digo yo que si habita en mí es porqué yo le habré invitado. No sé, es todo muy
confuso aún. Es como meter a un desconocido en casa, pero tener la sensación de
conocerle de antes, y encima que te dé una envidia que te cagas su forma de
ser.
Dicen que pienso demasiado. Que
no hay que dar tantas vueltas a las cosas. Que las cosas son lo que son y que
hay que aceptarlas como vienen. Yo no sé si me convence. Y el otro aún no sabe
lo que piensa, porque claro, si lo pienso yo, igual lo piensa él. O no. Porque él
seguro que piensa algo mejor. Yo no creo que piense tanto las cosas. Yo creo
que exageran.
―¡El 83!
―Sí, es mi turno, quiero ciento cincuenta gramos de jamón
serrano por favor.
Yo no pienso demasiado. Yo
aprovecho los tiempos muertos.
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