Aquella nueva forma de vida le tenía agotado. Esa
nueva y secreta identidad que había adoptado y a la que daba cobertura al
anochecer y siempre antes de las doce o la una de la madrugada, según las zonas
por las que se moviera, le traían un terrible pesar y multitud de conflictos
personales y familiares.
―¿A dónde vas a estas horas? ―le preguntaba cada
noche Marga, su mujer.
―Ya sabes ―contestaba él sin mirarla a la cara―. Me
gusta salir a correr cuando anochece.
Marga callaba y se hacía la tonta. Él se ponía el
chándal, el chubasquero con capucha, cogía las llaves y se iba sin darle un
beso. Ella comprobaba que los niños seguían dormidos y se cerraba en la
habitación para llorar y pensar en qué podía hacer para solucionar la
situación. Si hubiera sido más valiente, si hubiese tenido más determinación en
su vida, otro gallo les cantaría.
Caminaba él por la calle culpándose a sí mismo por
lo mismo. Las cosas no serían de aquella manera si hubiera sido tal vez un poco
más ambicioso y no tan conformista con lo que la vida le había puesto delante
de sus narices. Si le hubiera echado en su momento un par de huevos como
hiciera su padre entonces, el devenir de las cosas habría tornádose de otra cromática.
Incluso como se veía ahora, sin posibilidad de marcha atrás ni solución a la
vista, su madre le habría dado un tortazo para espabilarlo y no dejarse venir
abajo él arrastrando consigo a su familia.
Se puso la capucha al girar la
Gran Vía. Multitud de paseantes aún subían
y bajaban ambas aceras donde a esas horas ya se alineaban los cubos de basura.
Se dirigió al primero, lo abrió y metió la cabeza y el brazo derecho para
comenzar la faena a la que llevaba dedicado en cuerpo y ánima desde que le
redujeron la jornada en el banco y las cifras dejaron de cuadrar en casa. Con
suerte podría hacer la compra aquella noche sin pelearse con ningún vagabundo o
algún gato callejero por los restos de los que aún podían generar restos. Se
animó un poco pensando en el caluroso abrazo de Marga cuando se metía junto a
ella en la cama a su retorno, callando ambos el secreto que compartían.
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