El teléfono no
paraba de sonar. Era una cuestión de honor y así se había resuelto. Aunque no
había calibrado el resultado final. Pero ¿acaso siempre debemos de actuar en
función del resultado? ¿No podemos sencillamente dejarnos llevar por los
impulsos cuando sentimos que nos están violentando? A veces la vida te lleva a
situaciones inesperadas y en un instante debes resolver una papeleta que
necesitaría horas de análisis. Así que actué de pronto, envalentonado con la
posibilidad de trasladarme a otro siglo, donde una nimia falta de respeto se
traducía en un duelo de espadas en un callejón.
Pero yo no tenía
espada. Ni yo ni nadie. Por mucho que viviera en el Madrid de los Austrias, no
dejaba de ser el Madrid antiguo de un mes de abril de 2014. Pero siempre había
sido muy novelesco yo, con espíritu de espadachín, con ansia de librar grandes
batallas. Pero en vez de caballero de hace unos cuantos siglos era un
funcionario de atención al ciudadano que no podía sino suplir la monotonía de
su puesto con fantasías de otros tiempos.
Pero aquello había
sido demasiado, la gota que colmó el vaso, una tropelía en toda regla. No hay
fulano de tal que mancillara mi honor de aquella manera, no volvería a casa
vilipendiado, con mi integridad partida, con mis apellidos pisoteados. Por eso
cuando aquella chanza se tornó en mofa, y la mofa en insulto no pude sin raudo
hacer frente a mi destino y colgar el teléfono a aquel cretino, ciudadano que
me paga con sus impuestos, pero cretino al fin y al cabo. Además era la hora
del café.
No hay comentarios:
Publicar un comentario