miércoles, 9 de abril de 2014

#97 PORQUE SÍ



Martín dejó la taza de café en la mesa y se dirigió al baño con una sonrisa complaciente. Era lunes y no había madrugado. Al lado de la taza su iPad estaba con la pantalla encendida con el periódico por la sección de Madrid. Un gran titular en negro rezaba "Asesinado un vecino del distrito Centro en la calle Ballesta". El resto del artículo explicaba cómo el vecino en cuestión era un hombre de mediana edad, conocido en el barrio por regentar una tienda de ultramarinos, de las pocas que quedaban. Todo apuntaba a un robo después de echar el cierre y que si las pesquisas policiales apuntaban a toxicómanos que merodeaban por el barrio. Un clásico. Todo ello acompañado de un macabro dibujo donde se reproducía a modo de hipótesis el suceso.

Martín se lavaba los dientes mirando al espejo. Se preguntaba quién hacía esos croquis para el periódico, cuestionaba la veracidad de los mismos puesto que el dibujante en cuestión no había estado presente en el momento de los hechos. Se enjuagó la boca y volvió al salón rascándose con energía por debajo de la camiseta. Volvió a mirar la noticia antes de darse una ducha. Cuatro cuchilladas con un arma de grandes dimensiones habían terminado con el sujeto. ¿Cómo recababan tanta información antes del cierre del periódico cuando el asesinato había sido pasada la medianoche?

Repasó la ropa del armario y eligió una camisa azul, pantalones vaqueros y un abrigo de pana. Aún tenía ese semblante de satisfacción. Hacía tiempo que no empezaba la semana con aquella sensación. La noche anterior llegó tarde a casa y no había madrugado. El finado dejaba viuda y tres hijos mayores. ¡Venga ya! ¿Había ido el periodista a casa de la viuda en plena madrugada? En un par de horas habían averiguado todo sobre el pobre vecino. Ya sólo faltaba que al lado del croquis figurara foto y datos del asesino. Martín cambió el gesto.

Era la hora del aperitivo cuando salió a la calle. Se acomodó en la mesa de siempre en la terraza del bar de la esquina. Sacó un cigarro de un paquete de tabaco salpicado de manchas. Estaba arrugado. Lo alisó con cuidado mientras echaba un vistazo a la calle. Hizo un gesto al camarero.

―¡Álvaro! Tráete una caña y acércame el periódico anda.
Ahora mismo, Martín contestó cómplice el camarero.

Cuando tuvo delante el periódico, uno diferente al que había estado leyendo por internet, se fue a la sección de Madrid. Sintió cierto alivio cuando encontró la noticia del deceso en un pequeño recuadro. Con la información básica proporcionada por esas figuras que son rotuladas en los telediarios como "portavoz del servicio de emergencias". Vaya trabajo desagradable. Dio el primer sorbo a la caña mientras un grupo de ruidosos escolares pasaban junto a la mesa y le hicieron levantar la vista del periódico. Un autobús hasta arriba de pasajeros, una mujer entrada en años paseando a un perro de esos muy feos y muy caros. Así que esto es lo que ocurría cuando él estaba trabajando. La vida seguía, como seguía para el resto del mundo aunque a un desgraciado le hubiesen endiñado cuatro puñaladas la noche anterior. Se muere porque sí y se muere en cualquier momento. Qué vida más perra. Martín volvió a sonreír.


Dejo atrás el aperitivo y se fue a dar un paseo por el retiro. Fue delante del estanque con sus cuatro barcas desperdigadas en él, cuando se convenció de lo espléndido de su fin de semana. Y ahí no fue sonrisa sino carcajada suave lo que se le escapó. Mandar a tomar por culo a su jefe de una vez por todas el viernes y confirmar la bravuconada de aquel borracho con el que coincidió en un bar de la calle Barco la noche anterior. Decía que si se quería matar a alguien, lo mejor para que no te trincaran era matar a un desconocido aleatoriamente. Y a las doce menos diez Martín pagó su consumición y se marchó

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