Martín dejó
la taza de café en
la mesa y se dirigió al
baño con una
sonrisa complaciente. Era lunes y no había
madrugado. Al lado de la taza su iPad estaba con la pantalla encendida con el
periódico por
la sección de
Madrid. Un gran titular en negro rezaba "Asesinado un vecino del distrito
Centro en la calle Ballesta". El resto del artículo explicaba cómo
el vecino en cuestión
era un hombre de mediana edad, conocido en el barrio por regentar una tienda de
ultramarinos, de las pocas que quedaban. Todo apuntaba a un robo después de echar el
cierre y que si las
pesquisas policiales apuntaban a toxicómanos
que merodeaban por el barrio. Un clásico.
Todo ello acompañado
de un macabro dibujo donde
se reproducía
a modo de hipótesis
el suceso.
Martín se lavaba los dientes
mirando al espejo. Se preguntaba quién hacía esos croquis para el periódico, cuestionaba
la veracidad de los mismos puesto que el dibujante en cuestión no había estado presente
en el momento de los hechos. Se enjuagó
la boca y volvió
al salón
rascándose con
energía por
debajo de la camiseta. Volvió
a mirar la noticia antes de darse una ducha. Cuatro cuchilladas con un
arma de grandes dimensiones habían
terminado con el sujeto. ¿Cómo recababan tanta
información
antes del cierre del periódico
cuando el asesinato había
sido pasada la medianoche?
Repasó la ropa del
armario y eligió una
camisa azul, pantalones vaqueros y un abrigo de pana. Aún tenía
ese semblante de satisfacción.
Hacía tiempo que no empezaba la semana con aquella sensación. La noche anterior
llegó tarde a
casa y no había
madrugado. El finado dejaba viuda y tres hijos mayores. ¡Venga ya! ¿Había
ido el periodista a casa de la viuda en plena madrugada? En un par de horas habían averiguado todo sobre el pobre vecino.
Ya sólo
faltaba que al lado del croquis figurara foto y datos del asesino. Martín cambió el gesto.
Era la
hora del aperitivo cuando salió
a la calle. Se acomodó
en la mesa de siempre en la terraza del bar de la esquina. Sacó un cigarro de un
paquete de tabaco salpicado de manchas. Estaba arrugado. Lo alisó con cuidado
mientras echaba un vistazo a la calle. Hizo
un gesto al camarero.
―¡Álvaro! Tráete una caña y acércame
el periódico
anda.
―Ahora
mismo, Martín ―contestó cómplice el camarero.
Cuando
tuvo delante el periódico,
uno diferente al que había
estado leyendo por internet, se fue a la sección
de Madrid. Sintió cierto
alivio cuando encontró
la noticia del deceso en un pequeño
recuadro. Con la información
básica
proporcionada por esas figuras que son rotuladas en los telediarios como
"portavoz del servicio de emergencias". Vaya trabajo desagradable.
Dio el primer sorbo a la caña
mientras un grupo de ruidosos escolares pasaban junto a la mesa y le hicieron
levantar la vista del periódico.
Un autobús
hasta arriba de pasajeros, una mujer entrada en años
paseando a un perro de esos muy feos y muy caros. Así que
esto es lo que ocurría
cuando él estaba trabajando. La vida seguía, como seguía para el resto del mundo aunque a un
desgraciado le hubiesen endiñado
cuatro puñaladas
la noche anterior. Se muere porque
sí y se
muere en cualquier momento. Qué vida más
perra. Martín
volvió a sonreír.
Dejo
atrás el
aperitivo y se fue a dar un paseo por el retiro. Fue delante del estanque con
sus cuatro barcas desperdigadas en él,
cuando se convenció de
lo espléndido
de su fin de semana. Y ahí
no fue sonrisa sino carcajada suave lo que se le escapó. Mandar a tomar
por culo a su jefe de una vez por todas el viernes y confirmar la bravuconada
de aquel borracho con el que coincidió
en un bar de la calle Barco la noche anterior. Decía que si se quería matar a alguien,
lo mejor para que no te trincaran era matar a un desconocido aleatoriamente. Y
a las doce menos diez Martín
pagó su
consumición y
se marchó.
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