Estaba sentado delante de la
mesa. Su mirada clavada en el teléfono. Era uno de éstos antiguo, negro, con un
dial para marcar los números y que dejaban escuchar un traqueteo mientras
volvía a su sitio. Miraba el teléfono fijamente. Un cigarro entre los dedos y
un cenicero lleno de colillas delataban el tiempo que llevaba en guardia. La
otra mano sujetaba una cara en la que más que preocupación se apreciaba
expectación. Sonará. Querría que sonara. Quizás suene. El reloj de pared que
había enfrente de él se movía con una cadencia inusualmente lenta.
Encendió otro cigarro. Sonará.
Querría que sonara. Quizás suene. Esfuerzos había hecho para poder descolgarlo
y escuchar lo que estaba esperando. El periódico del día anterior estaba
abierto por la noticia del número de parados en el país. Cifra récord decía. No
prestaba atención al periódico. La vida no era estadística, y las personas no
eran números. Había que estar en el momento adecuado en el sitio correcto.
Mirar al frente y lanzarse. No dejaba de mirar el teléfono.
Sonará. Querría que sonara.
Quizás suene. Pero seguía sin sonar. El paquete de tabaco estaba casi vacío,
como lo estaban sus esperanzas. Se miró al espejo del salón. No le gustó lo que
vio. No estaba hecho para tensas esperas. O quizás sí. Había que estar en el
momento indicado, si no te podías convertir en un frío dato de periódico.
Apagó el último cigarro. Las
sombras que entraban por la ventana le hacían sentir un escalofrío que nada
tenía que ver con la temperatura. Sonará. Querría que sonara. Quizás suene. Se
levantó a por un vaso de agua. Lo primero que bebía en toda la tarde. En el
camino a la cocina no dejó de mirar de reojo el teléfono. Volvió al salón y
verificó la clavija del teléfono. Estaba bien. Descolgó con mucha rapidez para
volver a colgar, justo el tiempo necesario para comprobar que daba tono.
Echó mano del paquete de tabaco.
Nada. Vacío. Miró la hora por primera vez y decidió que ya podía salir de casa,
al menos el tiempo justo para comprar tabaco en el bar de abajo. Cerró la
puerta sin llave y bajó por las escaleras de dos en dos. Justo cuando salía por
la puerta del portal el teléfono negro sonó.
Debía de ser alguien.
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