Al volante de
su Camaro del 67, Eileen repasaba el episodio del día anterior cuando,
orgullosa y dolida, arrojó el delantal sobre la cara atónita de Mar cel, su jefe y dueño de Mar cel’s.
Mar cel la apreciaba y siempre la
había tratado bien. Sabía que tarde o temprano ella acabaría yéndose. Así se lo
había dicho ella cuando la contrató a media jornada para que pudiera
compatibilizar con sus estudios de Artes y Ciencias en la CAU , Clark Atlanta University.
Pero aquella noche Eileen había confundido en tres ocasiones la comanda, además
de haber recibido una E en el último examen de Química.
―¿Qué pasa
contigo hoy, Eileen? ¿No sabes dónde tienes la cabeza? ¡Espabila o te quedas
sin el reparto de propinas!
―¡Me voy! ¡No
aguanto más!
En su
apartamento abrió la maleta, metió la ropa que ya tenía elegida para la ocasión
y las fotos del book que se hicieron Naomi y ella como un juego, pero que luego
habían resultado ser bastante dignas y profesionales y puso el coche en marcha
hacia donde llevaba casi un año pensando que encontraría su futuro sin la menor
dificultad: Las Vegas. Naomi y ella lo habían hablado en muchas ocasiones. Al
principio en broma, pero poco a poco, viernes tras viernes, cerveza tras
cerveza, le habían dado forma al concepto inicial. En Las Vegas, sabrían
sacarse partido. Ambas se consideraban con suficientes dotes artísticas y
belleza natural como para hacerse las reinas del mambo de la noche a la mañana.
Aunque, por aquello de poner un poco los pies en la tierra, habían estado
trabajando y ahorrando por si venían mal dadas. La pena fue que Eileen, en un
arrebato de hartura casi adolescente, había puesto el plan en marcha en
ausencia de su amiga, que justo esa semana había tenido que ir a la casa de
campo con su familia. No importaba, más adelante se uniría. Así se encontraría
con parte del trabajo inicial ya hecho.
Con la
ventanilla del Camaro bajada y el viento de la autopista golpeándole la cara,
Eileen se imaginó ya en Las Vegas trabajando inevitablemente de camarera. Pero
eso sólo sería al principio. Su plan era llegar hasta los teatros de los
grandes hoteles del Strip. Es posible que tuvieran que pasar por otros teatros
de menor envergadura y caché, pero tenía claro que triunfaría como actriz y
vedette. Y Naomi también. Se iban a comer la ciudad. Llegarían a tener que
rechazar llamadas de directores de Hollywood ansiosos por pagar fortunas para
tenerlas en sus espectáculos. Era tan evidente…
A la altura de
Albuquerque, Nuevo Méjico, decidió hacer la última parada para comer algo y
descansar. Aparcó en una estación de Greyhounds y entró en la cafetería. En ese
instante también, un autobús que hacía la ruta Los Ángeles – Florida, hizo una
de sus paradas técnicas. Naijah bajó a estirar las piernas y se quedó mirando
el Camaro del 67. Le recordó al que ella y su amiga Crescent condujeron desde
Atlanta hacía casi cinco años cuando creyeron que triunfarían en los escenarios
de Las Vegas con su talento. Al año de llegar, tuvieron que venderlo para pagar
las deudas contraídas con su camello. Dos años después, Crescent murió de
sobredosis y Naijah se empezó a prostituir y a robar a su chulo puñaditos de
dólares para poder pagarse el billete de vuelta a casa de sus padres, los
cuales la habían dado por muerta a ella también. Sí, el Camaro era igualito,
pero el suyo era rojo, no amarillo. Y del 67.
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