martes, 23 de julio de 2013

#61 EN EL FONDO DEL VASO



…miraba el fondo del vaso y me hacía recordar. El tintineo de los hielos al ritmo de mi muñeca. Creo que hasta eso había cambiado. Ahora era más lento, pausado, como si la tranquilidad de saber que has vivido como debías hacerlo lo embargara todo. No tenía claro si era una cuestión moral, o más bien práctica.

Con los años lo que había ido cambiando también era el contenido. No tanto de dentro de mí, que también, sino lo que vertía cada noche en mi vaso. Empezó siendo un güisqui barato, como me dijo un día mi amiga inclinada sobre la barra antes de pedir. El tiempo había hecho evolucionar mi paladar hacia algo más añejo, con más cuerpo y sabor. Creo que mi necesidad de incrementar la potencia del brebaje poco tenía que ver con preferencias, sino más bien con el deterioro de mi capacidad de degustar. En general.

Habiendo pasado por diferentes avatares en la vida, no podía fabular sobre una existencia penosa y dura. No como esos actores, futbolistas y demás gente tocada con la vara de la popularidad, que en un absurdo ejercicio narrativo, intentan justificar su existencia con una penosa vida anterior. Trabajos mal pagados, viviendas cochambrosas, hábitos tóxicos variados (esos yo creo que muchos los mantienen), destierros lejos de la familia. En definitiva, cosas de mucha pena. Supongo que así se logra aumentar la empatía del populacho hacia lo que nos hemos convertido. Yo siempre me definí como un gilipollas en potencia. Sólo necesitaba los medios. Fama y/o dinero. Y nunca tuve ninguna de las dos. Así que si hay vida más allá de mi vaso, espero poder pulir esa faceta de mi ser.

Pues eso, mi vida no había estado sujeta a tormentos excesivos, a excepción de un divorcio temprano, y una superlativa capacidad de moverme de un extremo a otro de mi ánimo, aunque creo que la distancia entre ambos polos era demasiado corta. Pero por lo demás no me podía quejar.


El control que ejercía sobre mi moral y conciencia, saltaba por los aires de vez en cuando, y era en esos precisos instantes en los que me apoyaba sobre la barra y jugueteaba con la servilleta antes de que el camarero hiciera sonar los cubitos en el vaso, como maestro de ceremonias de mi particular ritual, para después servirme una dosis de olvido. Entonces me inclinaba sobre el vaso…

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