miércoles, 23 de julio de 2014

#112 GLOBOFORMAS



El niño de pelo rojo se acercó corriendo y Ron le regaló su mejor sonrisa mientras su mirada trataba de averiguar cuál de todas las madres que se movían corriendo detrás de sus hijos era la de aquél. El chico, que dijo llamarse Aarón cuando Ron le preguntó, señaló uno de los globos que tiraban hacia arriba atados a un banco. Al instante llegó, efectivamente, la mamá ya sin aliento, y reprendió a su hijo, pero Ron la tranquilizó.

―No, Aarón, cariño. Ahora un globo no puede ser.

Y el muchacho bajó el dedo que apuntaba a sus ilusiones poniendo cara de abnegación. Pero Ron no quiso que el chaval se fuera de vacío y se agachó hasta su altura.
―Aarón. Eres un buen chico. Si mamá dice que no puede ser, es que no puede ser. Sin embargo ese globo que quieres es un globo corriente. Así que yo te voy a regalar uno especial.

Ron sacó de su bolsillo un globo nuevo, naranja y alargado, lo hinchó y comenzó a retorcerlo por distintos sitios y de distintas maneras durante un minuto, hasta que puso en manos del muchacho una globoespada. Aarón abrió la boca sorprendido, como si acabase de presenciar un truco de magia. Ron, enfundado en su disfraz de payaso, se despidió de él mientras su madre daba las gracias. En momentos como aquél Ron se alegraba y enorgullecía de la elección de haber cogido aquel trabajo. El parque de atracciones no era como los demás sitios donde había estado. Su último empleo de animador en una guardería no estaba muy bien pagado y además los críos que iban allí eran caprichosos, engreídos y maleducados. Aún le dolía la cabeza cuando recordaba la cantidad de cumpleaños de niños bien en los que había tenido que aguantar cómo todas aquellas pequeñas bestias se ponían de acuerdo para arrancarle la peluca que no era peluca. Los demás empleos siempre habían sido ocasionales, y a veces por cuenta propia, apostándose en la puerta de una juguetería para hacer exactamente lo que en el parque de atracciones, pero evidentemente, con menos éxito. Un amigo llegó a decirle que parecía más un mendigo que un payaso. Las ropas que vestía para aquellas ocasiones era suya, o comprada de segunda mano. Sin embargo, en el parque, el disfraz lo ponía la empresa, y las pinturas y el sitio para maquillarse también. Sin duda, las condiciones eran mejores. Adoraba el parque de atracciones.

Pasaban las horas y Ron continuaba regalando globoformas a los niños que se acercaban, a los que dejaba sorprendidos con sus bromas y sonrisas. Las madres le devolvían las sonrisas en señal de agradecimiento. Poco antes de la hora de comer, el chico pelirrojo volvió a acercarse a Ron y le tiró de la manga de la chaqueta.


―¡Aarón! ¿Qué haces aquí? ¿Y tu madre? ¿Dónde está tu madre? Oye, ¿y la superespada especial que te he dado antes? ¿Se te ha pinchado? ―Aarón asintió. Y señaló el bolsillo de donde Ron sacaba sus globos―. Quieres otro, ¿verdad? – Aarón negó y cogió uno él mismo. Lo hinchó ante la extrañada mirada de Ron. Luego cogió otro e hizo lo mismo. Luego los estrujó y dobló rápidamente hasta que al cabo de unos minutos le entregó a Ron una globoflor. Tiró de su manga hasta que éste se agachó. Aarón le dio un beso a Ron en la mejilla y se fue corriendo. Ron se tocó la cara y detrás de la sonrisa de maquillaje lloró. Definitivamente no habría sido igual en cualquier otro sitio. 

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