El niño de pelo rojo se acercó corriendo y Ron le regaló su mejor
sonrisa mientras su mirada trataba de averiguar cuál de todas las madres que se
movían corriendo detrás de sus hijos era la de aquél. El chico, que dijo
llamarse Aarón cuando Ron le preguntó, señaló uno de los globos que tiraban
hacia arriba atados a un banco. Al instante llegó, efectivamente, la mamá ya
sin aliento, y reprendió a su hijo, pero Ron la tranquilizó.
―No, Aarón, cariño. Ahora un globo no puede ser.
Y el muchacho bajó el dedo que apuntaba a sus ilusiones poniendo cara
de abnegación. Pero Ron no quiso que el chaval se fuera de vacío y se agachó
hasta su altura.
―Aarón. Eres un buen chico. Si mamá dice que no puede ser, es que no
puede ser. Sin embargo ese globo que quieres es un globo corriente. Así que yo
te voy a regalar uno especial.
Ron sacó de su bolsillo un globo nuevo, naranja y alargado, lo hinchó
y comenzó a retorcerlo por distintos sitios y de distintas maneras durante un
minuto, hasta que puso en manos del muchacho una globoespada. Aarón abrió la
boca sorprendido, como si acabase de presenciar un truco de magia. Ron,
enfundado en su disfraz de payaso, se despidió de él mientras su madre daba las
gracias. En momentos como aquél Ron se alegraba y enorgullecía de la elección
de haber cogido aquel trabajo. El parque de atracciones no era como los demás
sitios donde había estado. Su último empleo de animador en una guardería no
estaba muy bien pagado y además los críos que iban allí eran caprichosos,
engreídos y maleducados. Aún le dolía la cabeza cuando recordaba la cantidad de
cumpleaños de niños bien en los que había tenido que aguantar cómo todas
aquellas pequeñas bestias se ponían de acuerdo para arrancarle la peluca que no
era peluca. Los demás empleos siempre habían sido ocasionales, y a veces por
cuenta propia, apostándose en la puerta de una juguetería para hacer
exactamente lo que en el parque de atracciones, pero evidentemente, con menos éxito.
Un amigo llegó a decirle que parecía más un mendigo que un payaso. Las ropas
que vestía para aquellas ocasiones era suya, o comprada de segunda mano. Sin
embargo, en el parque, el disfraz lo ponía la empresa, y las pinturas y el
sitio para maquillarse también. Sin duda, las condiciones eran mejores. Adoraba
el parque de atracciones.
Pasaban las horas y Ron continuaba regalando globoformas a los niños
que se acercaban, a los que dejaba sorprendidos con sus bromas y sonrisas. Las
madres le devolvían las sonrisas en señal de agradecimiento. Poco antes de la
hora de comer, el chico pelirrojo volvió a acercarse a Ron y le tiró de la
manga de la chaqueta.
―¡Aarón! ¿Qué haces aquí? ¿Y tu madre? ¿Dónde está tu madre? Oye, ¿y
la superespada especial que te he dado antes? ¿Se te ha pinchado? ―Aarón
asintió. Y señaló el bolsillo de donde Ron sacaba sus globos―. Quieres otro,
¿verdad? – Aarón negó y cogió uno él mismo. Lo hinchó ante la extrañada mirada
de Ron. Luego cogió otro e hizo lo mismo. Luego los estrujó y dobló rápidamente
hasta que al cabo de unos minutos le entregó a Ron una globoflor. Tiró de su
manga hasta que éste se agachó. Aarón le dio un beso a Ron en la mejilla y se
fue corriendo. Ron se tocó la cara y detrás de la sonrisa de maquillaje lloró.
Definitivamente no habría sido igual en cualquier otro sitio.
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