―¿Nos vamos? ―titubeé.
―¿A dónde coño te quieres ir?
―A la mierda, no te jode, pues a vivir por
ahí ―. Intenté sonar creíble.
―Ya vivimos aquí.
―No lo tengo claro. ¿Vivimos o sobrevivimos?
―dudé.
―¿Y qué más da? No tienes huevos de hacer
nada más allá de tu continua complacencia.
―No me toques los cojones. Vámonos tú y yo,
lejos.
―Si me tiras un beso lo bordas del todo.
―No sé por qué te cuento nada. Te estoy
hablando en serio joder. Estoy harto de esto, harto de todo. Puede que no sea
hartazgo, tal vez es simplemente las ganas de vivir algo diferente. No quiero
estar toda la vida meciéndome inseguro dentro de mi estable vida segura ―. Lo había dicho todo de corrido, sin tener
muy claro si me había dejado algo o si me había recreado en exceso en algún
punto.
―El que me tienes harto eres tú. He
escuchado este discurso más veces, no muchas tampoco, porque te conformas con
pensarlo y ahí no llego, pero alguna más sí. ¿Alguna razón para creerte ahora?
―Siempre
hay motivos. Siempre los he tenido, y de golpe me llega una ola y me arrastra.
Y puede que siempre haya habido olas, pero no es lo mismo la marea que la
marejada, y cuando observo el mar durante mucho tiempo me doy cuenta de que no
lo miro, de que se me están mojando los pies, de que se me viene el agua
encima. Entonces saco la cabeza del agua y te lo cuento.
―Tú no te ahogas nunca, acabas flotando y
llegando a algún risco, y jodido y con mucho esfuerzo lo subes y no sé muy bien
por qué te vuelves a colocar en el mismo sitio.
―Porque lo conozco, y es cómodo ―. Ahora sí que ni de coña sonaba creíble.
―Venga, va, que me descojono.
―No, en serio. ¿Qué tiene de malo un
revolcón de vez en cuando, por mucha angustia que provoque? ―me justificaba.
―Te juro que si no te conociera tan bien
pensaría que eres imbécil. E incluso sabiendo tanto de ti a veces lo dudo. Pero
en el fondo mantengo la esperanza, al menos por la cuenta que me trae. Estoy
agotado de estas chapas que me das cuando la ola esa te moja. Tanto símil
marino me aburre. Cuéntame algo nuevo.
―Lo mismo un día te llevas una sorpresa ―. Ahora sonaba retador.
―En
ascuas me dejas.
―No me vaciles ―dije molesto―. ¿Hasta cuándo seré capaz
de tragar tanta complacencia? En algún momento daré un golpe en mi propia
partida de ajedrez. Y entonces todas las fichas se van a ir a tomar por culo.
―Ahí estaba esperando que llegaras. Ahora
saltarás con lo de que tú no quieres ser príncipe, rey en este caso, que tú
quieres ser princesa...
―¿Tan raro te parece? ―seguía molesto.
―En las partidas de ajedrez no hay dragones
de los que protegerte.
―Siempre hay amenazas ―dije justificándome.
―Tú serías más la torre. Enrocándote para no
morir. Pero siempre al fondo, siempre rígido.
―Vete
a la mierda. Ahora sí.
Me levanté dando un último trago a la cerveza y quedándome
atrapado en aquel reflejo.