miércoles, 2 de enero de 2013

#32 ¡BANG!



Una tarde más me encontraba delante de mi mesa, donde trataba de encontrar una continuación lógica al cómic que debía entregar a mi editor en una semana. Era incapaz de visualizar cuál era el mejor camino que la historia debía tomar llegados al punto en el que el héroe había de decidir si salvar a la villana o dejarla morir y quitarse de en medio todos los problemas que en el futuro ésta le podría traer. Imposible. Una tarde más las voces en el apartamento de al lado me impedían concentrarme. La pareja que vivía allí ya era bastante famosa por sus peleas. Ojala mis cómics y mis historias fueran la mitad de famosos y conocidos que ellos. Yo vivía por entonces en un pequeño estudio en el centro de la ciudad. El alquiler era caro para el tamaño de aquel espacio, pero era cierto que estaba muy bien ubicado y que tenía bastante encanto. Desde los balcones de la estancia principal se veían los techos de las casas de la zona, y era consciente de que era un inquilino privilegiado en una zona privilegiada. Sin embargo, la pega eran mis vecinos. Pared con pared, la pareja sevillana discutía prácticamente cada día. A veces se les escuchaba más, a veces menos. En ocasiones, otros vecinos habían llamado a la policía asustados por los gritos y las amenazas que el hombre lanzaba sobre la mujer. Pero nunca sucedía nada. Hasta que los vecinos dejaron de llamar.

Aquella tarde, al otro lado de mi pared se oyó un fuerte golpe y la voz del hombre resonó alta y perfectamente inteligible:
-¡Eres una puta! ¡Me tienes hasta los cojones! ¡A ver si es cierto que te largas a que te aguante tu madre!

La voz de ella no se oía en ningún momento. Probablemente estaría mirándole mientras él rompía vasos y platos, con las manos apoyadas en las caderas, esperando su ocasión para alzar la voz y meterse ahora ella con la familia de él. Pero no. Su voz no se oía. Tal vez hubiera salido de casa, aunque seguramente se hubiera oído el portazo y las paredes y suelos habrían temblado, como otras veces. Tampoco. El continuó:

-Ya no te soporto. Esto ha sido lo último. No me vas a controlar la vida ni un minuto más.
-Tienes razón – se le entendió ahora a ella con la voz muy apagada, como entristecida por su actitud.
-Pues claro que la tengo. Olvídate de mí para siempre. ¡Eh, qué estás haciendo! Te voy a machacar como no sueltes eso. ¡Ahora sí que te la has buscado!

Una vez más, un día más él la amenazaba con matarla, un clásico del edificio. Yo no era el único en haberlo escuchado más veces. Mi cómic no podía avanzar a este paso.

La sangre se me heló en las venas cuando escuché un disparo. ¡BANG! Bien alto. Lo cierto es que jamás había escuchado uno real. Pero sí, eso tenía que haber sido un disparo. Se hizo el silencio. No se oía ni el tráfico de la calle. No recuerdo cómo reaccioné. Estuve bastante tiempo como ido, haciendo repaso de todas las peleas que era capaz de recordar de aquella pareja, peleas que en muchas ocasiones habían acabado en sonoros gritos de placer, inconfundible reconciliación. Cuando salí por la puerta para… para ver qué pasaba, una pareja de la policía sacaba esposada a la mujer. Algunos minutos después, los servicios funerarios sacaban una caja de plástico como las que se ven en las noticias. El cuerpo de él estaría dentro. Con su mal humor, con sus gritos. Con una bala… en algún sitio. 

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