-¿Me quieres?
-Claro que te quiero, tonta. ¿A qué viene esa
pregunta ahora? –dijo él sin despegar los ojos del periódico.
-Nunca me lo dices.
-Pero te lo demuestro, ¿no?
-Sí, pero ya sabes que me gusta que me lo
digas.
-Te quiero.
-No, pero así no. Me gusta que me lo digas
porque salga de ti, no porque te lo pida.
El bajó el periódico y la miró a los ojos por
encima de las gafas.
-Te digo que te quiero –y volvió a abrir el
periódico para retomar la lectura- pero ya sabes que yo soy más de hechos que
de palabras.
-Sí, eso es lo que dices siempre.
-¿No te demuestro que te quiero cada día?
-Hombre, muy detallista no eres, la verdad.
Ahora fue ella la que dejó de mirarle
sabiendo su reacción. El volvió a girarse hacia ella.
-¡Ah! O sea que no soy detallista. No te
regalo flores, no te digo lo guapa que estás hoy y no te felicito el día de
nuestro aniversario, ¿verdad? –indicó él con un tono ya algo malhumorado.
-Sí. Pero… sigo necesitando que, de vez en
cuando, me digas que me quieres, que me des abrazos, que me beses. Me das pocos
besos.
-¡Aquí está! Lo que te pasa es que hoy estás melosilla,
¿eh? –dijo él con ironía. Soltó el periódico e hizo el gesto de acariciarle la
cara, pero ella le retiró la mano.
-¡Déjame ahora bobo!
-Si no me dices las cosas yo no puedo
adivinarlas.
-Pues ya son muchos años como para que me
conozcas, ¿no te parece? –dijo ella con simulado enfado.
-Seamos serios, cielo. Te quiero. Y lo sabes.
Te quiero más que a nada en este mundo. Sé que a veces soy un poco seco…
-¿Un poco? –aprovechó ella la ocasión para
cargarse de razón.
-… puede que no sea el hombre más cariñoso.
Pero confiesa: ¿no me prefieres con estos defectillos y que a la vez sea un
hombre trabajador, educado, buen esposo y buen padre?
Ella se rindió pronto.
-Si ya lo sé. Sé que eres el mejor hombre con
el que me pude haber casado. Sé que tus hijos te adoran. Y tus nietos también.
Pero ya sabes que tengo días en los que necesito más mimos –declaró ella con
voz de niña pequeña, imitando unos pucheros.- Y hoy es uno de ellos.
-¡Anda, vieja tonta! Ven aquí.
Y se abrazaron durante un largo par de
minutos finalizando con un lento beso en los labios.
-Venga, apaga la luz, que luego dices que te
desvelas –dijo el viejo.
-Si ya sabes que apenas duermo en toda la
noche con tus ronquidos. ¿Te has quitado la dentadura? –le recordó.
-Ahora mismo.
Apagaron la luz a la vez dejando la estancia
en una oscuridad sólo interrumpida por la luz de las farolas que entraba por
una pequeña rendija que quedó abierta en la persiana. Por debajo de la sábana
se cogieron furtivamente la mano unos segundos y luego cada uno rezó a Morfeo
para que les mantuviera arrullados más que la noche anterior.
Me ha encantado... qué tierno!! Como la vida misma....
ResponderEliminarBea CPP
esta historia me suena ijijiji
ResponderEliminarPrecioso!!!
ResponderEliminarPrecioso!!!
ResponderEliminarUna escena muy común, y a la vez muy especial. Tierna, cargada de sencillez pero con la huella de complejidad que las mujeres no podemos evitar dejar en todo tipo de situaciones cotidianas. Y eso nos da fama de raras, pero al fin y al cabo también nos otorga el privilegio de sacarle las vueltas a la monotonía, aunque sea de manera fugaz y nocturna. Adorable...
ResponderEliminarAna CPP
Esta historia es un reflejo de la vida real, y sinceramente me la imagino en mi propia vejez porque siempre hay cosas que recordar. No basta con hacerlas al igual que no bastan las palabras, como todo el equilibrio es el camino al éxito.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Almudena Curto