El anciano miraba
alejarse el globo. A su lado el niño, de unos cinco años, con el llanto
contenido apretaba los dientes lamentándose de la pérdida. Su madre andaba de
charla con otras madres de otros niños, entre anécdotas infantiles y
preocupaciones diarias. Preocupaciones de adultos. Jorge, el pequeño que
añoraba ya ese globo rojo que ascendía sin remedio, no era capaz de entender cómo
el nudo que le había hecho su madre, un nudo que retenía la cuerda del globo a
su muñeca se había podido deshacer. ¡Se lo había atado su madre! Y su madre
todo lo hacía bien. A ella no se le perdía el móvil, ni el bolso, ni las llaves
del coche… ¿Por qué entonces se había deshecho su nudo?
El viejo con una
media sonrisa en la boca le miraba con atención. Sabía que hay duelos en los
que sobran las palabras, en los que la experiencia puede ser una línea más en
aquella tabla infante y rasa. Se levantó del banco y fue al kiosco del parque.
Al poco regresó con un globo amarillo, atado a un cordel. Se sentó al lado del
niño que lo miraba entre la envidia y la duda.
Ahora sí, la
sonrisa del viejo se pronunció.
―Trae la muñeca hijo.
El pequeño se
acercó al viejo y le tendió el brazo.
―¿Cómo te llamas?
―Jorge ―dijo muy bajito el pequeño.
―Hola Jorge, yo me llamo Luis, y te voy a
contar una cosa ―le dijo el viejo mientras anudaba el globo a la muñeca del
pequeño Jorge―. Los globos son como las cosas que te van a ir ocurriendo en la
vida. Las que te gusten mucho tienes que atarlas bien fuerte, y si alguien te
ayuda a atarlas tú tienes que asegurarte de que no se escapan. No sólo vale
confiar en un nudo, hay que fijarse a cada rato que el nudo sigue igual de
fuerte que cuando decidimos que ese globo se quedaría con nosotros. Además
tienes que saber que habrá globos que aunque te gusten mucho terminarán por
escaparse, y los echarás de menos. Y vendrán globos nuevos que te gustarán,
unos más y otros menos, pero que serán diferentes a los que volaron al cielo o
los que seguirás teniendo en tu muñeca atados. Así que cuídalos y acuérdate de
todos, de los más bonitos claro, pero de los otros también.
Jorge se levantó,
mordió un extremo del cordel y con la mano libre tiró del otro, apretando más
fuerte el nudo, sonrió al viejo y le dio un beso en la mejilla. No dijo más.
Después se giró y corrió hacia el tobogán.
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