miércoles, 8 de abril de 2015

#149 VISITA AL MÉDICO



Cáncer. Con lo joven que era. Apenas acababa de empezar la vida como quien dice. Veinticinco. Pues sí, cierto era que algunas cosas había vivido ya, pero lo que le quedaba era mucho más. Lo cierto era que no era tanto lo acumulado, pero sí reciente. Hacía bastante poco había dejado la adolescencia atrás. Y de hecho aún le quedaban ramalazos de ella. Pero lo que le habría quedado por vivir si no fuera por aquellos golpes del destino… ¡Mierda de vida! ¿Qué le dirían? ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Cómo se lo diría a sus recién estrenados compañeros de trabajo? ¿Cómo lo encajarían sus padres? No era ley de vida que él se marchase antes que ellos. Ya imaginaba las lágrimas de su madre. ¡Ay, hijo mío! Y la entereza de su padre. Sé fuerte, hijo. ¿Y sus amigos? Pedro haría como si nada. O eso le haría creer, pero en realidad le cuidaría como el que más. No le dejaría caer en depresiones ni bajones de ánimo. A Alberto sí se le escaparía alguna lágrima delante de él. Era irremediable. Era más sentimental. Ya imaginaba las eternas horas de hospital leyendo y viendo la tele. Escuchando música y jugando con el móvil. Y otra gran parte del tiempo en que debería estar durmiendo la pasaría pensando y maldiciendo. Tal vez Lucía, que acababa de romper con él, se sintiera mal por todas las cosas que le había dicho. Verdades como puños, por otra parte. Pero tal vez cuando se enterara se sentiría con el deber de volver con él y estar de nuevo juntos los últimos días. Le encantaría poder enterarse de quiénes asistían a su entierro. Se imaginaba las caras de unos y otros, las palabras que le dedicarían. No quería ni pensar en que se fuera al hoyo delante de cuatro. No, qué va. Todos sus antiguos compañeros de colegio y universidad se enterarían. Sería un funeral multitudinario. No cabría la gente ni de pie en la parroquia del barrio. Tal vez no querrían ir todos al entierro. Lo entendía, aquello era un poco más triste. Agujero, caja dentro, paladas de tierra y un triste responso. Pero al funeral. No habría perdón para el que no asistiera y les diera el pésame a sus padres junto con unas breves palabras de elogio. Por suerte o por desgracia, sus hijos no estarían. No quería ni pensar en que hubiera tenido hijos que estuvieran presentes, pero por otro lado se lamentaba el que tuviera que irse sin haberlos conocido siquiera. ¿Serían dos? ¿Tres? ¿Uno? Lucía había comentado alguna vez dos, pero quién sabe. Total, acababa de dejarle. Sus compañeros de trabajo no darían crédito cuando se enteraran. Para que fuera más chocante no se lo diría a ninguno. Se enterarían cuando ya hubiera cerrado los ojos. Imaginaba la cara de su jefe y de los más cercanos. No es que disfrutara con la tristeza de los demás, pero era como si la cantidad de tristeza fuera directamente proporcional al aprecio que por él sentían.  

―Gases ―dijo el doctor.  

―¿Cómo dice?  

―Más fibra, zumitos de naranja y ejercicio. Por si lo necesitara ―. Y le extendió una receta―. Buenos días. ¡Siguiente!

No hay comentarios:

Publicar un comentario