"La mañana amaneció
con un sol radiante". Nada, no valía, redundante y lugar común.
Volvería a empezar. "Amaneció un día más". Obvio. Pobre. Así no podía empezar. Tanto se había escrito ya que
los lugares comunes eran más que los espacios literarios por escribir. Pero él quería
escribir y ser original. No quería escribir un best
seller. Si fuera así
no habría problema en errar
en la redacción, en la estructura, en la morfología
del texto. Una buena trama, aderezada con guiños
a los potenciales lectores y muchísimas páginas era suficiente para vender. Que tampoco era tarea fácil, pero no era su objetivo.
Él buscaba algo más íntimo. Quería escribir esa obra que, lejos de los grandes almacenes, se
vendiera en pequeñas librerías de barrio. Así
que
tenía que intentarlo con más ahínco. No, ahínco no era lo que requería
semejante tarea. Era destreza, ingenio, originalidad, pasión... Perfecto. Carecía de todo ello. Era
cuestión de tesón. Tesón es lo mismo que ahínco. Joder. No,
palabras mal sonantes no. Necesitaba descansar. Lo mismo si retrasaba el inicio
de la novela al alba entonces le saldrían
las palabras adecuadas para describir el momento. Dicen que a quien madruga Dios
le ayuda. Se acostó.
Seis de la mañana. "El sol se abría
pasó
entre los huecos de la persiana". "Huecos
de la persiana", no le gustaba. Quedaba burdo. No era necesariamente un
lugar común, pero quedaba poco elaborado. De hecho a esas horas sólo entraba por dicho espacio la oscuridad
más absoluta. Sería eso. Había que esperar. Un café. No, mejor esperaría en el sofá
sentado. Diez de la mañana.
Mierda. No, palabras gruesas no. No es que entraran
rayos de luz. Es que era bien de día ya. ¿Dónde estaba Dios ahora?
Se vistió
y salió a la calle.
Encendió
un cigarro y echó a andar por las calles vacías
de un domingo por la mañana cualquiera. En una mano el cigarro y en la otra un lápiz de carpintero. El lápiz. Era una
especie de musa al que se agarraba cuando no le venía
la inspiración. Y en la cabeza su gran novela, o al menos la intención. Siempre había sido de relato breve y siempre había
querido escribir una obra larga. Una aspiración
que le perseguía desde que escribió su primer relato.
Anduvo sin rumbo concreto durante dos horas hasta que en una plaza del centro
se encontró
con un vagabundo. En un cartel a sus pies ofrecía poesías a cambio de la voluntad. Le echó un par de monedas y éste, aún desperezándose cogió
una libreta y un bolígrafo.
Un fugaz vistazo del hombre de la calle a aquel joven con su lápiz de carpintero bastó para que se
pusiera a escribir.
"La inspiración no radica en el
ahínco y el tesón,
Sino en la búsqueda de la emoción.
No traces caminos largos que no vas a recorrer,
Fortalece los que has de mantener.
Y al encuentro de ese nuevo lugar,
Llegarás en tu propio caminar".
El chico se marchó con el pequeño manuscrito. Entro en una cafetería
y pidió
un café. En la mesa
sentado cogió
una servilleta y posó sobre ella el extremo rojo del lápiz.
Era ahora, era él, era su historia. Tenía de sobra en aquel
pedazo de papel. Sabía lo que quería contar. Lo sentía. Y escribió.
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