martes, 3 de febrero de 2015

#140 INSPIRANDO




"La mañana amaneció con un sol radiante". Nada, no valía, redundante y lugar común. Volvería a empezar. "Amaneció un día más". Obvio. Pobre. Así no podía empezar. Tanto se había escrito ya que los lugares comunes eran más que los espacios literarios por escribir. Pero él quería escribir y ser original. No quería escribir un best seller. Si fuera así no habría problema en errar en la redacción, en la estructura, en la morfología del texto. Una buena trama, aderezada con guiños a los potenciales lectores y muchísimas páginas era suficiente para vender. Que tampoco era tarea fácil, pero no era su objetivo.

Él buscaba algo más íntimo. Quería escribir esa obra que, lejos de los grandes almacenes, se vendiera en pequeñas librerías de barrio. Así que tenía que intentarlo con más ahínco. No, ahínco no era lo que requería semejante tarea. Era destreza, ingenio, originalidad, pasión... Perfecto. Carecía de todo ello. Era cuestión de tesón. Tesón es lo mismo que ahínco. Joder. No, palabras mal sonantes no. Necesitaba descansar. Lo mismo si retrasaba el inicio de la novela al alba entonces le saldrían las palabras adecuadas para describir el momento. Dicen que a quien madruga Dios le ayuda. Se acostó.

Seis de la mañana. "El sol se abría pasó entre los huecos de la persiana". "Huecos de la persiana", no le gustaba. Quedaba burdo. No era necesariamente un lugar común, pero quedaba poco elaborado. De hecho a esas horas sólo entraba por dicho espacio la oscuridad más absoluta. Sería eso. Había que esperar. Un café. No, mejor esperaría en el sofá sentado. Diez de la mañana. Mierda. No, palabras gruesas no. No es que entraran rayos de luz. Es que era bien de día ya. ¿Dónde estaba Dios ahora?

Se vistió y salió a la calle. Encendió un cigarro y echó a andar por las calles vacías de un domingo por la mañana cualquiera. En una mano el cigarro y en la otra un lápiz de carpintero. El lápiz. Era una especie de musa al que se agarraba cuando no le venía la inspiración. Y en la cabeza su gran novela, o al menos la intención. Siempre había sido de relato breve y siempre había querido escribir una obra larga. Una aspiración que le perseguía desde que escribió su primer relato. Anduvo sin rumbo concreto durante dos horas hasta que en una plaza del centro se encontró con un vagabundo. En un cartel a sus pies ofrecía poesías a cambio de la voluntad. Le echó un par de monedas y éste, aún desperezándose cogió una libreta y un bolígrafo. Un fugaz vistazo del hombre de la calle a aquel joven con su lápiz de carpintero bastó para que se pusiera a escribir.

"La inspiración no radica en el ahínco y el tesón,
Sino en la búsqueda de la emoción.

No traces caminos largos que no vas a recorrer,
Fortalece los que has de mantener.

Y al encuentro de ese nuevo lugar,
 Llegarás en tu propio caminar".


El chico se marchó con el pequeño manuscrito. Entro en una cafetería y pidió un café. En la mesa sentado cogió una servilleta y posó sobre ella el extremo rojo del lápiz. Era ahora, era él, era su historia. Tenía de sobra en aquel pedazo de papel. Sabía lo que quería contar. Lo sentía. Y escribió

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