―Ha
sido asesinado. Está claro
―dijo el brigada Ruipol.
―Lo
entiendo ―respondió
su ayudante―. Pero, ¿cómo?
No hay signos de violencia.
A
Ruipol le chirriaba esa pregunta. Sabía
que no sólo estaba hecha con retintín, sino que en el fondo era una especie
de prueba que al rato habría sido la comidilla de la comisaría. Llevaba ya casi un
año sin resolver
uno solo de los casos que le habían
asignado. Todos homicidios, y en todos los casos los responsables de los mismos
campaban impunes. Y como no podía ser de otra forma se había
convertido en el chiste de la oficina. Lo grave no era que se rieran de él los veteranos, los
que como él
llevaban años
pateando la ciudad, sino que los más
imberbes e inexpertos, como en el caso de su ayudante, se unían a la chanza y
participaban de ella. En el caso de su ayudante era doblemente grave, ya que
era él y no otro
el que facilitaba los detalles de su errática
investigación al
resto de compañeros.
―Yo diría que se trata de asfixia ―volvió a
elucubrar Ruipol.
Eran
las dos de la mañana
y aún quedaba un
rato para que llegaran los compañeros
de la científica
para examinar el piso. Ruipol llamó
desde su casa a su joven delfín, Arauco, para que le acompañara a un aviso
recibido en la central.
―Crimen pasional ―insistió
el brigada.
―Aham
―musitó
con una ligera sonrisa Arauco, regocijándose
en la idea del desayuno del día
siguiente entre las risas de sus compañeros.
Ruipol
empezó a
deambular por el pequeño
piso ante la atenta mirada de su ayudante.
―¿Y qué cree usted que pasó exactamente, mi brigada?
Ruipol avanzó
hasta el dormitorio, comentando en voz alta su hipotética reconstrucción de los hechos.
―Probablemente
la pareja se reunió con
la víctima aquí, en su casa,
discutieron y la bronca fue a más.
Entonces el asesino asfixió
a su chico con este cojín
―. Ruipol lanzó
el arma del crimen a su ayudante el cual la cogió al vuelo.
―¿Asesino? ¿Su chico? ¿Insinúa mi brigada que eran
dos chicos? ―interpeló
Arauco mientras se arrodillaba al lado de la víctima con el cojín entre las manos.
―Aham
―ahora era a Ruipol al que se le escapaba una sonrisa
―¡Joder! ¡Mi brigada! ¡Es Antúnez! El muerto es Antúnez, pero qué
coño... Cómo
puede ser...
Antúnez. Menudo imbécil. Veinte años llevaba Ruipol
trabajando con él y veinte años llevaba sufriendo sus críticas. El último año había sido especialmente
duro, ya que por el ansia de protagonismo de Antúnez
había éste liderado el acoso
al brigada. Cuando no había
material para burlarse de él,
Antúnez siempre
se inventaba alguna anécdota
inexistente que hacía correr por la oficina.
―Habrá
que llamar a la central para informar mi brigada... ―Arauco
nervioso seguía
arrodillado al lado de su compañero
con el cojín en
la mano.
―Aham
―volvía
a musitar Ruipol.
―¡Mi brigada haga
algo! Hay que...
Arauco
no terminó la
frase. Los trozos de un horrible jarrón
azul volaron por la habitación
a la vez que el joven ayudante se desplomaba encima de Antúnez.
―Lo
dicho ―, Ruipol disertaba― Crimen pasional. Dos hombres algo más que compañeros discutieron por
motivos de celos, uno de ellos perdió
la calma y rompió
un jarrón
en la cabeza del otro sin consecuencias mayores ―. Mientras decía esto colocó la boca del jarrón en la mano de Antúnez―.
El agredido enfurecido cogió
un cojín
y asfixió a su
amante sin compasión.
Cuando se dió cuenta
de lo que había
hecho, arrepentido, se quitó
la vida. Sencillo ―dicho esto sacó el arma de Arauco, se la colocó en la mano a su
ayudante, y después
de enroscar un silenciador le descerrajó
un tiro en la sien, evitando salpicarse. Arauco quedó tendido sobre su
compañero, la
pistola en una mano, el cojín
en la otra.
Ruipol
se quitó los
guantes de látex
justo cuando llamaban a la puerta. Eran los compañeros
de la científica.
Ruipol les dejó pasar
y salió a la
calle. Se encendió un
cigarro mientras iniciaba su paseo a casa. Un año
después lo había conseguido. Caso
resuelto.
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