El orden mundial hasta entonces conocido acabó con el nombramiento de
un único presidente global. Muchos se disputaron este puesto, aunque la mayoría
estaba convencida de que el ganador, el presidente Grant, conocido antes como
Presidente de los Estados Unidos de América, saldría victorioso. Tenía sentido
que el que fue presidente del país más poderoso del mundo se alzara con la
corona, la llave o la batuta. Como se acordó, el resto de gobernantes
reportarían directamente al poseedor del despacho oval. Y así sería durante los
siguientes cuatro años hasta unas nuevas elecciones. La ley obligaba a los
demás dirigentes a apoyar todas las iniciativas de las que el nuevo presidente
global también tenía por ley obligación de informar a nivel mundial. Una de aquéllas
fue la eliminación del concepto de telefonía móvil que hasta entonces se
conocía. Todas las operadoras telefónicas debían de cambiar el concepto que
reinaba hasta entonces por algo novedoso que se presentaría a concurso para
decidir cuál era el que mejor se adaptaba a la intención de esta ley. La ley no
pretendía un mero avance tecnológico, sino una mejora en la salud a nivel
global. Si bien no todos los ciudadanos mundiales disponían de dispositivos
móviles, sí se consideró que el concepto que se erradicaba perjudicaba en
varios aspectos al usuario. Superado el mito de que las ondas producían cáncer,
estudios de diversos equipos de diversos países habían llegado a la conclusión
de que la fisionomía humana estaba evolucionando, y el homo erectus et sapiens-sapiens
encorvaba su espalda y doblaba su cuello por el simple hecho de prestar
atención a su dispositivo, lo que aparte de crear humanos más pequeños, en
origen llevó a cuantioso expendio en tratamientos para dolores musculares y
articulares. Muchos años costó llegar a un acuerdo global respecto a una
tecnología que evitara esta descompensación y antilógica evolución. Pero se
consiguió. El Presidente Grant ya hacía mucho que había dejado el poder global.
Sus sucesores elegidos en las urnas prosiguieron esta labor, desde el
Presidente Hong, de la antigua China, pasando por el Canciller Dinkelaker, de
la antigua Alemania, hasta el dirigente al mando entonces Presidente Manchado, de la antigua Argentina. Manchado
comenzó una no pretendida guerra civil al decretar la prohibición total de los
antiguos terminales.
En la antigua ciudad de Nashik, a pocas horas al noreste de Mumbai,
existía la última fábrica ilegal de terminales antiguos y uno de los bastiones
más fuertes de la guerrilla. Desde Nashik se fabricaba y distribuía a gran
escala a nivel global. A pesar de que el Presidente Manchado se había deshecho
de los principales líderes tecnológicos antagónicos a su mandato, nuevos
sucesores se alzaban en las profundidades del submundo para dar continuidad al
mercado de terminales y aplicaciones móviles de contrabando. Aunque Manchado
creía haber acabado con la cúpula y los negocios de Apple, Samsung, Google,
Facebook y Whatsapp, éstos resurgieron en la oscuridad para librar esa batalla
y seguir dando a la humanidad lo que la humanidad demandaba. La nueva
tecnología impuesta por los presidentes globales era buena, muy buena. Tal vez
solucionara esos problemas que sirvieron de excusa para comenzar una nueva era
de telecomunicaciones. Pero era muy cara, casi inaccesible a la mayoría de las
personas. Por lo tanto, ni siquiera las ayudas económicas que el gobierno
global dio sirvieron para cubrir la una sustitución total de tecnología.
Imposible.
Ronald Atkinson, supervisor de la fábrica, estaba a punto de apretar
el botón de final cambio de turno cuando escuchó un silbido constante que
llegaba por encima del ruido de la maquinaria. Se asomó por la puerta, pero no
le dio tiempo a mirar hacia el cielo. La pesada bomba impactó directamente
sobre donde él se hallaba. Acabó con su vida y la de todos los trabajadores de
la fábrica clandestina, la cual ardió durante días.
El presidente Manchado fue felicitado directamente en su despacho por
el resto de dirigentes regionales. La guerrilla había sido sofocada y no tenía
ya sentido que siguiera existiendo otra en cualquier otro lugar. Cuando dejaron
al Presidente a solas, se sentó detrás de su mesa y se relajó. Abrió el cajón
de abajo cerrado con llave, sacó su iPhone y, agachado y a escondidas, le envió
un Whatsapp a su esposa: “Cariño, lo he conseguido. Te veo en unas horas.”