Ésta es la historia de un cuento que
quería
escribirse solo.
Y se puso manos a la obra sin pensar en nada más
que en el escenario y en los protagonistas. Sabía
lo que quería
contar. Pero fue empezar la primera frase y sentir que no sería capaz de terminarlo.
Y se tiró a la
papelera. Y volvió a
empezar. Mismo escenario mismos protagonistas. Buscó un inicio ingenioso, rápido y contundente.
De ésos que trata de enganchar al lector y retener su respiración. Pero no. El
cuento no quería
eso, quería
ser una carrera de fondo. Puede que no a corto plazo. Pero tampoco quería rellenar folios y
más folios. Y
se volvió a
lanzar al olvido en forma de bola de papel.
El cuento se paró a pensar. Quizás no lo había hecho antes con
suficiente detenimiento. Fantaseó,
divagó por los pasillos de los sueños,
hiló y tejió, maniobró para darse forma.
Continuó recorriendo
ese camino llevado por la imaginación.
Y con ansia empezó de
nuevo su historia. Un párrafo.
Tres líneas. ¿Cómo terminaría aquello? ¿Qué desenlace habría después de su punto y
final? No lo sabía,
y esa incertidumbre le bloqueaba para continuar escribiendo. Y se volvió a desechar. Sólo quería escribir su
cuento, lo conocía,
lo había
pensado, soñado
e incluso palpado. Pero no era capaz de desarrollarlo por miedo a lo que
ocurriría
después. Como si una suerte de epílogo, en el que no
había pensado,
por cierto, le impidiera construir su idea.
Sopesó abandonar. Al fin y al cabo no dejaba
de ser un simple cuento al que cada día
moldeaban a su gusto ésos que se llamaban autores,
escritores, que lanzaban a través
de sus líneas
historias de otros, de nadie, de cosas, hechos, sucesos. Y el seguiría sirviendo para
ello. Volvió a
darse una vuelta. ¿Y
si no importara el después?
¿Y
si el epílogo
es algo que podemos extender hasta convertirlo en la continuación de nuestro propio
cuento? ¿Y
si los cuentos no tuvieran fin? Pero entonces pensó que tendría que seguir escribiendo siempre, cada
día, folio
tras folio, a corto, medio y largo plazo. Dudó.
¿No
trataba de eso el mayor cuento de todos? ¿No era lo que cada cual hacía con su propia
historia? Pero no los autores, los escritores. No. Era lo que hacían todas y cada una
de las personas que transitaban por su propio relato. Por su vida. Y sin
percatarse el cuento empezó
de nuevo a sentir, a soñar
y esta vez a escribir. Empezó
por el principio sin saber cual sería
el final. "Érase
una vez un..."
Muy original y muy bien hilado.
ResponderEliminarMe gusto bastante.