Apoyado en una señal de tráfico, miraba al cielo y pensaba que aún era
pronto para estar en aquellas condiciones. El sol no se había puesto del todo.
Aunque se consoló diciéndose que en algún lugar no muy lejano sería noche
cerrada. Y profundizó más aún cuando llegó a la conclusión de que en una parte
de su corazón siempre era de noche. Anocheció hacía ya dos meses y no había
vuelto a amanecer desde entonces. Detrás de sí oía el bullicio que se empezaba
a formar en la puerta del bar del que acaba de salir o al que quería entrar. Ya
no sabía bien. Pero tampoco le importaba demasiado. Rectificó: no, a ese bar
no, que ya hay demasiada gente. Deambuló unos cientos de metros arriba y abajo
de la calle sin decidirse. Cuando uno de los locales le pareció adecuado se
dirigió a la puerta.
―No. Fiesta privada.
El tipo que le hablaba parecía no tener fin ni a lo alto ni a lo
ancho. Se le abrió la boca para comenzar con una dialéctica igual de infinita
que el propietario de la mano que le detuvo el paso, pero no salió una sola
palabra. Frustrado siguió su andar hacia algún otro sitio.
―Parece que no estás muy fino hoy, ¿eh? ―. Esta vez la voz no resultó
desconocida ni agresiva, y sin pensarlo, sus brazos sujetaron el cuello de su
propietario. Propietaria, se dio cuenta casi enseguida.
―No, estoy perfectamente. Es sólo que no encuentro mi bar. He salido a
tomar el aire y ahora no encuentro la puerta.
―Déjame que te lleve ―. La chica le puso un brazo alrededor del cuerpo
y comenzaron a andar.
―Eres muy buena ―. Quiso decirle que se sentía tremendamente
agradecido de que le llevase de vuelta a su lugar de reposo en la barra de
cualquier tugurio vacío. Y además que era tremendamente hermosa. Y joven. Si
tuviera unos años menos y un estado de ánimo más alegre, intentaría trabar
amistad con ella. O algo más.
―¡Claro que sí! También soy tremendamente hermosa, joven y ligarías
conmigo si fueras más joven. O estuvieras menos borracho.
¿Borracho? ¡De eso nada, monada! Casi se enfadó, pero no tenía
fuerzas. Y menos aún ganas en ese momento. Además, la puerta a la que se
acercaban le llamó tanto que prácticamente se soltó de su báculo y entró.
Conocía tan bien aquel sitio. Lo primero que hizo fue coger una cerveza. Luego
se dirigió dando tumbos al cuarto de baño donde orinó largamente. Al salir se
dejó caer de bruces. Por suerte la cama lo estaba esperando con los brazos
abiertos. Su acompañante entró en la cocina y cerró la nevera. Luego apagó la
luz del cuarto de baño. Se acercó a la cama que arrullaba ya en su seno a su
dueño. Le quitó los zapatos y le echó la manta por encima. Cerró con cuidado
tras de sí la puerta de su propio dormitorio y buscó directamente en el corcho
una foto que ella misma pinchó hacía poco más de un año. Ella, en el centro de
la imagen, abrazaba a su padre y con el otro brazo rodeaba a su madre.
―¡Ay, mamá! Desde que te fuiste no levanta cabeza. Cualquier día de
estos se me pierde de verdad ―. Y besó la foto―. Hasta mañana.