―¡Paco!
―¡Voooy! ―La voz de Paco sonó desde la cocina―. ¿Ya te has despertado?
―No he dormido en toda la noche. Ayúdame, anda.
La ayudó a sentarse en la silla de ruedas mientras pensaba que sí que
había dormido bastante, pero la dejó quejarse.
―Ya he hecho café.
―¿Lo has colado?
―Claro, lo tienes como a ti te gusta.
Empujó la silla hasta la salita donde ya había dejado preparado el
desayuno para ella. Él hacía dos horas que había tomado su vaso de agua con sus
dos galletas. El café lo dejó hacía muchos años. Ya no se acordaba de cuántos.
El médico le aconsejó que no tomara cafeína a partir de mediodía, pero él había
decidido no volver a probar un sorbo. Ni café, ni alcohol, ni los malditos
cigarrillos que le tuvieron ingresado hacía ya diez años.
―Hoy vienen los niños a comer, ¿te acuerdas?
―¡Ay, qué alegría!
Los domingos Lola y su marido, con los dos niños, solían ir a comer
paella. Habitualmente la hacía Paco, pero de unos años atrás a esta parte Lola
y su marido se afanaban en la cocina mientras ellos hablaban con los niños, les
leían cuentos y les preguntaban qué tal el colegio. Comían la paella mientras
conversaban y reían, y después Lola recogía el comedor y la cocina con ayuda de
su padre.
―Papá, ¿cómo ves a mamá?
―Está bien, hija. Gruñe mañana, tarde y noche. El día que deje de
hacerlo me empezaré a preocupar yo.
―Papá, por favor, llamadme para cualquier cosa. Ya sabes que no se
tarda nada de casa a aquí.
Y Paco asentía. Pero evitaba al máximo molestar a su hija y su yerno.
Mientras su mujer tomaba el café colado con tostadas, él salió a
comprar pan y el periódico. Ya casi no lo leía, pero le gustaba tenerlo y ojear
las páginas de deportes y las esquelas sin que su mujer se diera cuenta. Tal
vez aparecía el nombre de algún conocido. Ya en la calle le sonó el móvil.
Abrió la puerta de casa.
―¡Paco, ayúdame a lavarme! Se van a presentar aquí los niños y aún no
me he arreglado.
Paco caminó con los pies cansados hasta el aseo.
―No van a venir. Lola me ha llamado. Una tía de Luis que estaba
ingresada en El Piramidón ha fallecido esta madrugada. La entierran esta tarde.
Ella se encogió en la silla con la mirada perdida en algún punto de la
pared.
―No te preocupes. Ahora preparo yo algo rápidamente para los dos y
comemos como si fuésemos novios.
―Como todos los días ―añadió ella.
Como todos los días, Paco y su mujer se apostaron en la salita delante
de la tele a comer en silencio una tortilla francesa mientras veían las
noticias. El presentador daba las cifras del paro y comentaba la reunión que
tendría lugar al día siguiente en el Palacio de La Moncloa para abordar temas
de urgencia. Pero Paco y su mujer tenían otras urgencias a aquellas alturas. Él
cogió el periódico y miró las esquelas. Ella no le dijo nada, pero le puso
cara.
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