Laura
se escondía tras unas telas mientras con el rabillo del ojo se aseguraba de que
Rodrigo no la siguiera. Las callejuelas del bazar de Marraquech eran estrechas
y con tal gentío que la tarea no era fácil. Además los comerciantes estaban
listos para echar el cierre y aquel lugar era un constante ir y venir de
hombres con enormes bolsas azules cargadas de género.
Habían
coincidido a primera hora de la mañana en el aeropuerto. Rodrigo llegaba de
Madrid y ella de Barcelona. Ambos decidieron hacer el cambio de moneda en la
terminal antes de coger un taxi que les llevara a la ciudad. Las miradas que se
cruzaron en el mostrador cuajaron finalmente cuando ambos cogieron el tirador
de la misma puerta del mismo taxi.
―Por
favor, cógelo tú ―dijo educado Rodrigo.
―¿Y
si lo compartimos? ―le retó ella.
No
hizo falta más. Compartieron taxi y charla hasta la ciudad. Para cuando llegaron
ya se habían contado lo necesario. Ella publicista en Barcelona, él profesor de
lengua en un instituto en Madrid. Ambos habían aprovechado el fin de semana
para escapar solos a Marraquech y desconectar del bullicio de la gran ciudad. Y,
sin embargo, eligieron una urbe igual de ajetreada o más que las suyas de
origen. Y la segunda paradoja es que tampoco habían de visitarla solos. Cuando
le dieron la dirección del Riad al taxista, ya una vez llegados a Marraquech,
resultó que ambos se alojaban en el mismo. Una coqueta casa regentada por una
pareja de franceses tan dispuestos al buen servicio como a los comentarios
desafortunados. Fue abrir la puerta del establecimiento y dirigirse a ellos
como pareja.
―No,
no, venimos cada uno por nuestra cuenta ―dijo Rodrigo a modo de disculpa
mientras el color rosado hacía presencia en sus mejillas.
La
sonrisa de Eric, uno de los dueños del Riad, era un presagio de lo que vendría
después. Que no fue sino un paseo matutino por la Medina. Juntos. Un té moruno
en la plaza de Jemaa El Fna. Juntos. Y un ya casi romántico paseo por el bazar
al atardecer. Fue en un puesto de abalorios de plata donde sus miradas se
juntaron casi tanto como sus rostros. Y ella, desde el principio más decidida
que él, le posó un delicado beso en sus labios. La cara de sorpresa de Rodrigo
hizo que Laura estallara en una sonora carcajada y echara a correr por las
callejuelas del bazar.
Rodrigo
apareció por detrás de Laura cogiéndola por la cintura lo que hizo que ésta se
agarrara a las telas con un respingo que a punto estuvo de tirar el puesto
entero. Se besaron. Ahora Rodrigo se le adelantó. Y siguieron besándose hasta
llegar al Riad. Y continuaron dentro, y en la habitación de ella, y les
siguieron unas horas de pasión que finalizaron con un sonoro gemido de placer.
Los dos, sudados en la cama, se miraban. Ella le tocaba el pelo y sin decir
nada se fueron quedando dormidos, entre caricias y calor.
Riiiiiinggggg.
Laura se despertó con el cuerpo empapado. Aquel verano en Barcelona el bochorno
hacía mella. El ruido de Las Ramblas llegaba hasta su ventana. Miró a su lado
buscando a Rodrigo, pero a esas horas éste aún dormía en su casa de Madrid,
disfrutando de las vacaciones que le ofrecía su trabajo, soñando que dormía al
lado de una chica a la que acababa de conocer en un Riad de Marraquech.