A ritmo de constelaciones bañadas en mojo picón pienso en la
importancia del tiempo. Y en cómo siempre lo fracciono y fracciono hasta llegar
a mi obsesión: el segundo.
En un segundo no hay tiempo suficiente para decirlo todo. No podría un
pecador confesar todas sus culpas y miedos, recibir la absolución para después
cumplir la penitencia pertinente antes de arder en las calderas de Pedro
Botero. Es demasiado poco. No podría un enamorado, tras la consabida pregunta
del ministro de la iglesia, explicar
ante la expectante feligresía que aquél que su cuerpo postra ante el altar a
punto de recibir el santo sacramento del matrimonio, la noche anterior se
postraba ante él con fines totalmente distintos y profanos. Es demasiado poco. No
podría convencer un político corrupto a todos sus votantes y detractores de que
sus recurrentes y hasta cadentes intromisiones de mano en la caja pública
siempre han respondido a la obligación moral de dar una futura vida mejor al
zote de su primogénito que jamás agradecería tal acción, y de ocultar
temporalmente a su esposa en determinada y anónima clínica para alcohólicos, en
lugar de dar a conocer la triste situación de su familia, provocada, como si de
un efecto dominó se tratara, por él mismo el día que juró su cargo ante el rey.
Es demasiado poco.
Paradójicamente, en un segundo te da tiempo a reaccionar al volante de
tu automóvil y evitar un accidente mortal de necesidad, habiendo estudiado dos
o tres posibles escapatorias. Te da tiempo a dar tres volteretas mortales con
patada para dar matarile último contrincante y casarte con la chica, o marcar
el gol de la victoria en tu juego de la play favorito. Te da tiempo a cerrar la
página porno que estabas viendo tranquilamente antes de que tu madre haga acto
de presencia en tu habitación creyéndote inmerso en tus apuntes y estudios para
el examen del día siguiente. Te da tiempo a decir no a la compañera que ha
aprovechado la fiesta y las copas que paga la empresa para tener el valor
suficiente de insinuarse como si fuera el maldito Follow Me de los aeropuertos. Te da tiempo a encender el cigarrillo
de después junto con la compañera a la que habías dicho no pero que, habiendo hecho uso de todas sus armas de mujer, no te
entendió. En fin, el segundo es tan relativo…
Y así con todo. Porque además de ser, según la vigésima segunda
edición del diccionario de la lengua española de la RAE , “m. Unidad de tiempo en
el Sistema Internacional, equivalente a la sexagésima parte de un minuto de
tiempo […].”, también es “adj. Que sigue inmediatamente en orden al o a lo
primero”. Y así es como, además de serlo, me he sentido en muchas ocasiones de
mi vida. Hijo mediano de tres, por lo tanto segundo, era demasiado pequeño para
ciertas cosas que sólo mi hermano mayor
podría entender. Pero lo que no dice el diccionario es “adj. El que en una
secuencia de tres, está en posición intermedia”. Por lo tanto, en mi caso
también resulté ser demasiado mayor para otras ciertas cosas que sólo mi hermano pequeño podría aceptar. Este
estar sin ser, ser sin estar, pintar sin pintar y encajar sin llegar a encajar
del todo me llevó directamente a verme separado y solo en muchas ocasiones. Al
principio las intentaba evitar, pero no dejo de buscarlas constantemente ahora.
Y el concepto segundo en lo relativo
al tiempo se ha convertido en mi tótem, en mi OM, desde que acerté a dar con la
entrada segundón
bien recogidita en mi diccionario y que me define perfectamente, pero a la que
tengo cierta tirria por el uso peyorativo y malintencionado que se le da. Así
que me licencié como físico, hice mi tesis sobre “Los casi diez millones de
períodos de la radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles
hiperfinos del estado fundamental del átomo de cesio: el segundo.” Posteriormente fui contratado por el
Instituto de Astrofísica de Canarias.
Y dándole vueltas y
vueltas como con todo hacía vocacional y profesionalmente, me paré cierto
tiempo, siempre a ritmo de estrellas y agujeros negros bañados en mojo picón,
en mi segundogenitura, su idiosincrasia y las consecuencias. Y tras plantearme
ciertas opciones a las que dediqué varios segundos, escogí la segunda, como no
podía ser de otra manera
En el segundo piso
del portal 25 de la calle Los Olivos, vivían aún mis padres cuando me acerqué a
presenciar su último segundo de vida.
Como fuera que mi
padre no se hallara, y aprovechándome de la tranquilidad de mi madre para
conmigo, la arrojé por la terraza. ¿Ese segundo habría sido de los largos o de
los cortos? Intentaría preguntar a mi progenitor cuando le llegara a él su turno.
Él sería el segundo.
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