Podía tocar los límites. Estaba
en un espacio pequeño. A la vista nada. Todo estaba oscuro. ¿Cómo había llegado
hasta allí? No recordaba. Quería echar la vista atrás, pero la oscuridad no sólo
era la presente. Era más oscuro aún el hueco en su memoria. Permaneció inmóvil,
intentado recordar. Respiraba fuerte. No sabía cuánto tiempo. Mucho, poco, no
sabía. Lo reducido del espacio no le permitía mirar su muñeca, donde antes de
aquello tenía un reloj. Daba igual. Tampoco hubiera podido ver la hora, y de
igual manera le faltaba un referente anterior.
Su respiración se aceleraba, el pecho apenas cabía en aquella caja una
vez hinchado con el aire que entraba. No sabía cómo funcionaba aquello, ni
donde se encontraba, pero pudo recordar lo que alguna vez había escuchado. Si
se quedaba alguien atrapado en un espacio reducido, respirar agitadamente
reducía el oxígeno y en definitiva las posibilidades de supervivencia. Todo estaba oscuro. No iba a saberlo, no iba a saber cómo había
llegado ahí. Recordaba dolor, quizás una caída, un golpe. Sufrimiento, y
después, nada. La oscuridad. Empezó a respirar más pausadamente. Quería ordenar
las ideas. De nada servía tratar de recordar por qué se encontraba en aquella
caja, cómo había llegado hasta allí. Vislumbró una minúscula rendija por la que
entraba un pequeñísimo haz de luz. Estaba en el exterior, de haber sido
enterrado nunca entraría aquella luz. No era luz artificial, era luz de sol.
Entonces sintió por primera vez el calor. Escuchó. No oía nada. Su cabeza
empezó a acompañar a la respiración y pudo pensar con mayor precisión. Tenía
que salir de allí, y además se convenció de que así haría. Seguía todo oscuro,
seguía atrapado en aquel nicho, seguía faltando el aire, pero entonces dejó
aquello atrás y dio una patada a la tabla que le franqueaba más allá de los
pies. No cedió. Su pulso se aceleró. Repitió el movimiento. Nada. Apenas se
agitó la caja. Varios golpes más le cercenaron el ánimo. Era posible que no
saliera jamás. Estaba bajo presión y en un momento dado dejó de ver la rendija
a través de la que se colaba la luz. La respiración se volvió a acelerar. ¿Por
qué estaba allí metido? Se quedó quieto un instante, no hizo nada, se habría
dado por vencido, se habría abandonado si no hubiera sido porque supo en ese
preciso instante lo que le importaba salir fuera, ver y entonces probablemente
entender, sentir. Quería vivir, y sin ser muy consciente de cómo, su pierna
percutió de una forma que no había hecho antes. Entonces la tabla cedió. Cuando
la ola de luz inundó el pequeño cubículo en el que se encontraba lo supo. Había
mirado hacia delante. Había merecido la pena.
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