martes, 2 de diciembre de 2014

#131 LINEAS



La línea del horizonte siempre había sido recta y sin embargo Basile, a sus diez años, sabía de sobra que los caminos que llegaban a ella estaban plagados de recodos. Lo supo cuando apenas empezaba a tener uso de razón. Debía caminar durante horas para recoger tinajas con agua, las cuales debía portar sobre su cabeza de nuevo de vuelta a casa. Lo supo también cuando sólo sentía en sueños la presencia de su padre, enrolado en aquel viejo barco de carga, que le permitía estar junto a los suyos diez semanas al año. Lo tuvo claro cuando a los ocho años tuvo que vivir una encarnizada batalla entre etnias en su maltrecho barrio, y vio cómo los que hasta entonces habían sido vecinos bien avenidos se convertían en furibundos enemigos.

La vida estaba llena de vericuetos pedregosos en los que tropezar y caer, y sus diez años le habían enseñado a levantarse y continuar caminando. Al principio lloraba, frustrado, enrabietado ante lo que él consideraba injusto. Hasta que un día, el viejo sabio de la aldea le contó la mitad de un secreto.

La línea recta que visualizamos en el horizonte representa la forma en la que queremos resolver nuestra existencia cuando llegamos al final del camino, decía el viejo sabio. Antes de exhalar el último aliento los hombres y mujeres queremos dejar detrás de nosotros una línea que representa el haber enderezado todos esos quiebros que hemos vivido. Es un ajuste de cuentas de cada cual con su propia realidad.  El viejo le miraba fijamente cuando le dijo que es tarea de cada cual empezar desde pequeños a ordenar e intentar llevar con rectitud nuestras vivencias, ya que de lo contrario, si nos sobreviniera el momento de marcharnos, no tendríamos tiempo de llegar a ese punto, a nuestro horizonte, con las tareas hechas y una maraña de experiencias enrevesadas y plagadas de nudos nos perseguirían en el más allá.

Cuando el viejo hubo acabado, Basile le preguntó que por qué le había dicho que le contaba la mitad de un secreto, si en realidad le había contado lo que representaba la línea del horizonte que hasta entonces para él sólo era el final del día por el que el sol daba paso a la oscuridad. El sabio se sonrió y le dijo que, efectivamente, lo que le acaba de contar era lo mismo que el muchacho pensaba, de luz y oscuridad, de principio y fin, pero puesto en palabras de un viejo al que llamaban inmerecidamente sabio. Y era la mitad de un secreto, le dijo, porque le había explicado lo que representaba aquella línea difusa, pero el cómo llegar a ella y enderezarla al final de sus días era la otra mitad del secreto, y esa parte debía descubrirla cada uno en su caminar. Al llegar al final entonces, concluyó, el secreto se habrá desvelado.


Llegaba el ocaso cuando Basile salió de la casa del viejo y empezó a caminar por la calle cubierta de arena fina. Bajó una maltrecha farola se paró y giró la cabeza. Sus pies habían dejado las huellas sobre la arena. Formaban un camino, formaban una línea. Una línea recta.

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