La línea del
horizonte siempre había sido recta y sin embargo Basile, a sus diez años, sabía
de sobra que los caminos que llegaban a ella estaban plagados de recodos. Lo
supo cuando apenas empezaba a tener uso de razón. Debía caminar durante horas para
recoger tinajas con agua, las cuales debía portar sobre su cabeza de nuevo de
vuelta a casa. Lo supo también cuando sólo sentía en sueños la presencia de su
padre, enrolado en aquel viejo barco de carga, que le permitía estar junto a
los suyos diez semanas al año. Lo tuvo claro cuando a los ocho años tuvo que
vivir una encarnizada batalla entre etnias en su maltrecho barrio, y vio cómo los
que hasta entonces habían sido vecinos bien avenidos se convertían en
furibundos enemigos.
La vida estaba
llena de vericuetos pedregosos en los que tropezar y caer, y sus diez años le
habían enseñado a levantarse y continuar caminando. Al principio lloraba,
frustrado, enrabietado ante lo que él consideraba injusto. Hasta que un día, el
viejo sabio de la aldea le contó la mitad de un secreto.
La línea recta que
visualizamos en el horizonte representa la forma en la que queremos resolver
nuestra existencia cuando llegamos al final del camino, decía el viejo sabio.
Antes de exhalar el último aliento los hombres y mujeres queremos dejar detrás
de nosotros una línea que representa el haber enderezado todos esos quiebros
que hemos vivido. Es un ajuste de cuentas de cada cual con su propia
realidad. El viejo le miraba fijamente
cuando le dijo que es tarea de cada cual empezar desde pequeños a ordenar e
intentar llevar con rectitud nuestras vivencias, ya que de lo contrario, si nos
sobreviniera el momento de marcharnos, no tendríamos tiempo de llegar a ese
punto, a nuestro horizonte, con las tareas hechas y una maraña de experiencias
enrevesadas y plagadas de nudos nos perseguirían en el más allá.
Cuando el viejo
hubo acabado, Basile le preguntó que por qué le había dicho que le contaba la
mitad de un secreto, si en realidad le había contado lo que representaba la línea
del horizonte que hasta entonces para él sólo era el final del día por el que
el sol daba paso a la oscuridad. El sabio se sonrió y le dijo que,
efectivamente, lo que le acaba de contar era lo mismo que el muchacho pensaba,
de luz y oscuridad, de principio y fin, pero puesto en palabras de un viejo al
que llamaban inmerecidamente sabio. Y era la mitad de un secreto, le dijo, porque
le había explicado lo que representaba aquella línea difusa, pero el cómo
llegar a ella y enderezarla al final de sus días era la otra mitad del secreto,
y esa parte debía descubrirla cada uno en su caminar. Al llegar al final
entonces, concluyó, el secreto se habrá desvelado.
Llegaba el ocaso
cuando Basile salió de la casa del viejo y empezó a caminar por la calle
cubierta de arena fina. Bajó una maltrecha farola se paró y giró la cabeza. Sus
pies habían dejado las huellas sobre la arena. Formaban un camino, formaban una
línea. Una línea recta.
Muy chulo.
ResponderEliminarMe ha gustado.