miércoles, 21 de agosto de 2013

#65 MATAR DRAGONES POR MI



No había cuento sin fin ni final feliz. Agachado, apoyado sobre su escudo sentía aún el aliento del dragón jadeando en su marcha. No tenía claro cuál había sido la motivación, pues salvar a la princesa hacía tiempo que dejó de ser un fin, para convertirse en rutina. Había nacido para eso, le decían, y sin plantearse divergencias se dedicó día y noche a blandir su espada y acabar con los dragones que acechaban a las doncellas.

Sin embargo el ardor que sentía por dentro no venía de su escudo aún caliente por las llamas del dragón. Ni siquiera por el aliento sulfúreo que manaba de las fauces de la bestia moribunda. El calor que le pesaba le decía que aunque él hubiera nacido para caballero, quería ser doncella por un día. Abandonar los lances, las batallas, las lenguas de fuego, caminos pedregosos alertado por un grito de socorro. Siempre la misma historia con el mismo final. El caballero mata al dragón y rescata a la princesa. Si acaso un beso, un título que colgar de su ya pesada armadura. Un rey agradecido. Recompensas que en ningún caso apagaban la quemadura que se extendía en su interior.

El cuento le había fagocitado, desde las tapas, recorriendo los lomos hasta la última página, y sin embargo no había final. Su caballerosa vida se había convertido en una suerte de distopía al servicio de los demás. Las páginas le pesaban como el escudo bajo el chorro ardiente de la ira del dragón. Pero siempre había una princesa que rescatar, una misión que cumplir, un rey que contentar. Los torreones se le hacían más altos y los dragones más fieros, la armadura más pesada y la espada cada vez más difícil de alzar.

Me recosté sobre la silla, yo no tenía escudo, cuestión de tiempos modernos. Hacía un calor abrasador en la habitación y el ruido del ventilador del ordenador no ayudaba ni a la concentración ni a la comodidad. Sin tener muy claro lo que había escrito intenté recorrer las líneas entre gotas de sudor. Me acerqué el vaso a la boca pero el último poso de agua recalentada no tenía ganas de bajar hasta mí. No me levantaría a por más. Estaba agotado, quería que el vaso viniera a mí. Pero no ocurriría, como no discurriría la vida según mis deseos, aun sin ser caballero, sin armadura ni escudo, me pasaba la vida enfrentándome a los miedos ajenos, atento.

Borré el relato después de leerlo. No quería escribir ni pensar. Sólo quería que mataran dragones por mí.

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