La mosca se
posa sobre la mesa y camina unos pasos antes de detenerse y frotar sus patas
delanteras. A continuación limpia sus alas con las patas traseras. Él observa
la maniobra sin mover un dedo. No quiere que la mosca salga volando
inmediatamente. Quiere estudiar un ratito más cada uno de sus movimientos. De
hecho le encantaría poder ver más de cerca sus numerosos ojos y saber a dónde
se dirige su mirada en cada segundo. Pero se tiene que conformar con no
espantarla. El insecto da rápidos y milimétricos pasitos y se vuelve a detener.
¡No, ese aparente movimiento basculante...! Ha salido volando. Bueno, en fin,
era inevitable. Igual de inevitable que es plantarse delante de la página en
blanco. Trata de concentrarse.
"Ella
sollozaba silenciosamente tumbada sobre el chaisselongue mientras buscaba con
la mirada un cojín al que abrazarse fuertemente y sujetarlo a la altura de su
pecho, casi cuello, casi cara, para esconderse de la vergüenza y el miedo que
aquella trájica situación le producía..."
Un siseo y gira
la cabeza. La mosca se ha posado sobre el cristal de la ventana. Quiere salir.
O eso parece decir su actitud: acelearados ahora movimentos de alas y urgente
desplazamiento por a superficie transparente. Al menos ésta parece estar
buscando una posible vía de escape. No como esas otras que se ven a veces que
golpean una vez, y otra, y otra el cristal, como si estuvieran rebotando como
pelotas de tenis. No. Ésta es inteligente, se dice él.
"Cuando
él la encerró en aquella mansión ella enfurecida gritó y gritó hasta quedarse
sin voz. Golpeó una y otra vez a su secuestrador, pero éste no parecía siquiera
notar los embites que ella con todas sus fuerzas emitía. Se sentía
frustrada..."
Ya no está
en el cristal. No la ve. Mira a su
alrededor tratando de prestar atención al más mínimo movimiento, a cada
superficie, a la lámpara, a la mesa, paredes, cortina... Nada. Es posible que
haya salido volando por la puerta, se dice. Ahora podrá concentrarse. Le
inquieta por un momento pensar cómo una cosa tan pequeña, tan efímera, flor de
un día, le puede mantener la atención durante tanto tiempo. En fin. Se centra
en su página otra vez.
"Y por
eso lloraba. Ya había visto que no merecía la pena implorar. Le daba la
sensación de que su captor no oía sus súplicas, quejas, alaridos de
desesperación. Era capaz de mirarla, pero no de oírla. ¿De qué le servía eso?
Ni siquiera cuando ella golpeó puertas y ventanas para tratar de huír de
aquella cárcel de lujo, ni siquiera cuando se puso delante de él para suplicar
su perdón él parecía inmutarse. Sí, la miraba, sabía que la buscaba con la
mirada, pero no la escuchaba. Tras horas de constantes quejas, de incesante
esfuerzo por hacerle mella en su inmutable ser, se sentía agotada. Salió de la
estancia en la que se encontraba para entrar en otra en la que una mesa
disponía de suculentos manjares. Estaba agotada y no dudó en arrojarse sobre
ellos para saciar, al menos eso sí, su apetito..."
Se levanta
de la silla y sale. Tiene justo la cocina al lado. Abre la nevera y saca pan de
molde, jamón y queso. Se prepara un sángüich. Ya recogerá luego. Lo pone en un
plato y se dispone a volver a su puesto. Pero la ha visto. Está en la encimera
y revolotea y se mueve entre las miguitas de pan que han caído de su aperitivo.
La mira con detenimiento y ella parece mirarle a él también. Y así permanecen
unos segundos. Él muy quieto. Ella también.
"Tuvo
miedo cuando él la siguió, pero la comida la tranquilizó. Además no parecía
tener interés en hacerle ningún daño. De hecho, pensándolo despacio, sabía que
el único contacto que habían tenido había sido el provocado por ella al que él
no había respondido. El secuestrador nunca le había puesto la mano encima,
nunca. Ahora se miraban y ella, considerando la posibilidad de que no se
entendieran verbalmente, se movió despacio hacia la ventana y señaló el cielo.
Él la siguió. Miró al cielo también. Entrecerró los ojos por el brillo de la
luz del sol. Y sin más dilación, abrió lo que era la puerta del ventanal que
daba al jardín..."
Vuelve a
sentarse en su escritorio y el cursor espera titilando en el mismo sitio que lo
dejó. Sin embargo algo le mantiene aún en la cocina durante unos segundos.
Espero que ahora, se dice, me deje trabajar en paz esa maldita mosca.
"Ella
se alejó de allí tan deprisa como el rayo. No cree que puediera olvidar jamás
aquella extraña experiencia en la que, tal vez -sólo tal vez-, el poder de la
compasión se adueñó de un alma y ésta concedió la libertad a su cautiva."
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