miércoles, 5 de diciembre de 2012

# 28 CAUTIVERIO.



La mosca se posa sobre la mesa y camina unos pasos antes de detenerse y frotar sus patas delanteras. A continuación limpia sus alas con las patas traseras. Él observa la maniobra sin mover un dedo. No quiere que la mosca salga volando inmediatamente. Quiere estudiar un ratito más cada uno de sus movimientos. De hecho le encantaría poder ver más de cerca sus numerosos ojos y saber a dónde se dirige su mirada en cada segundo. Pero se tiene que conformar con no espantarla. El insecto da rápidos y milimétricos pasitos y se vuelve a detener. ¡No, ese aparente movimiento basculante...! Ha salido volando. Bueno, en fin, era inevitable. Igual de inevitable que es plantarse delante de la página en blanco. Trata de concentrarse.

"Ella sollozaba silenciosamente tumbada sobre el chaisselongue mientras buscaba con la mirada un cojín al que abrazarse fuertemente y sujetarlo a la altura de su pecho, casi cuello, casi cara, para esconderse de la vergüenza y el miedo que aquella trájica situación le producía..."

Un siseo y gira la cabeza. La mosca se ha posado sobre el cristal de la ventana. Quiere salir. O eso parece decir su actitud: acelearados ahora movimentos de alas y urgente desplazamiento por a superficie transparente. Al menos ésta parece estar buscando una posible vía de escape. No como esas otras que se ven a veces que golpean una vez, y otra, y otra el cristal, como si estuvieran rebotando como pelotas de tenis. No. Ésta es inteligente, se dice él.

"Cuando él la encerró en aquella mansión ella enfurecida gritó y gritó hasta quedarse sin voz. Golpeó una y otra vez a su secuestrador, pero éste no parecía siquiera notar los embites que ella con todas sus fuerzas emitía. Se sentía frustrada..."

Ya no está en el cristal. No la  ve. Mira a su alrededor tratando de prestar atención al más mínimo movimiento, a cada superficie, a la lámpara, a la mesa, paredes, cortina... Nada. Es posible que haya salido volando por la puerta, se dice. Ahora podrá concentrarse. Le inquieta por un momento pensar cómo una cosa tan pequeña, tan efímera, flor de un día, le puede mantener la atención durante tanto tiempo. En fin. Se centra en su página otra vez.

"Y por eso lloraba. Ya había visto que no merecía la pena implorar. Le daba la sensación de que su captor no oía sus súplicas, quejas, alaridos de desesperación. Era capaz de mirarla, pero no de oírla. ¿De qué le servía eso? Ni siquiera cuando ella golpeó puertas y ventanas para tratar de huír de aquella cárcel de lujo, ni siquiera cuando se puso delante de él para suplicar su perdón él parecía inmutarse. Sí, la miraba, sabía que la buscaba con la mirada, pero no la escuchaba. Tras horas de constantes quejas, de incesante esfuerzo por hacerle mella en su inmutable ser, se sentía agotada. Salió de la estancia en la que se encontraba para entrar en otra en la que una mesa disponía de suculentos manjares. Estaba agotada y no dudó en arrojarse sobre ellos para saciar, al menos eso sí, su apetito..."

Se levanta de la silla y sale. Tiene justo la cocina al lado. Abre la nevera y saca pan de molde, jamón y queso. Se prepara un sángüich. Ya recogerá luego. Lo pone en un plato y se dispone a volver a su puesto. Pero la ha visto. Está en la encimera y revolotea y se mueve entre las miguitas de pan que han caído de su aperitivo. La mira con detenimiento y ella parece mirarle a él también. Y así permanecen unos segundos. Él muy quieto. Ella también.

"Tuvo miedo cuando él la siguió, pero la comida la tranquilizó. Además no parecía tener interés en hacerle ningún daño. De hecho, pensándolo despacio, sabía que el único contacto que habían tenido había sido el provocado por ella al que él no había respondido. El secuestrador nunca le había puesto la mano encima, nunca. Ahora se miraban y ella, considerando la posibilidad de que no se entendieran verbalmente, se movió despacio hacia la ventana y señaló el cielo. Él la siguió. Miró al cielo también. Entrecerró los ojos por el brillo de la luz del sol. Y sin más dilación, abrió lo que era la puerta del ventanal que daba al jardín..."

Vuelve a sentarse en su escritorio y el cursor espera titilando en el mismo sitio que lo dejó. Sin embargo algo le mantiene aún en la cocina durante unos segundos. Espero que ahora, se dice, me deje trabajar en paz esa maldita mosca.

"Ella se alejó de allí tan deprisa como el rayo. No cree que puediera olvidar jamás aquella extraña experiencia en la que, tal vez -sólo tal vez-, el poder de la compasión se adueñó de un alma y ésta concedió la libertad a su cautiva."

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