miércoles, 15 de agosto de 2012

#12 DEPRESIÓN POSTVACACIONAL.




La reentrada ha sido como esperaba: café con los compañeros, anécdotas variadas de todos los colores que han versado sobre las vacaciones, reunión con el jefe y depresión postvacacional. Le he dedicado un tiempo a pensar en cuál de las primeras tres cosas influye o provoca directamente la cuarta. El café es malo, pero no como para una depresión. La reunión con el jefe como de costumbre. Ramírez o Gómez o Pérez, espero que haya descansado y repuesto fuerzas, porque este final de año va a ser duro. Bla, bla, bla... los proveedores, blablá... los directores, blablablablá... los presuepuestos. ¿Es consciente de la actual situación, no de ésta, sino de todas las empresas? Bla, bla, bla... crisis, blablá... concurso de acreedores, blablablablá... su puesto de trabajo. Sin embargo, bla bla bla... yo también blablá... aunando esfuerzos, blablablablá... apretarnos el cinturón. Y en eso queda el tema: mi cinturón más apretado aún de lo que ya estaba, y él ancho como una oronda sandía. Lo de siempre, ninguna sorpresa. Así que llego a la conclusión de que lo que me hunde en la miseria son las anécdotas vacacionales. Anécdotas se suceden a lo largo de todo el año, pero parece como si la gente no supiera o no tuviera otra cosa que hacer en su periodo estival más que coleccionar historietas. Y a pesar de ser todas de la misma índole o temática por lo general, una vez dada la salida, parece el concurso de "la anécdota más completa y graciosa". Y siempre la última contada ha de superar a la anterior en número de detalles, entidad de los mismos y, por supuesto, provocación de admiración o risas. "Mi hijo Juan se montó en una colchoneta, vino una ola, y lo tiró contra la arena". "Pues mi chaval, que ya tiene nueve años, estaba de pie sobre una tabla de esas de corcho, llegó un ventarrón de levante que se veía como se llevaba primero la resaca el agua, y cuando lo recogimos en la playa debía haber tragado por lo menos diez litros, no te exagero". "A mí me pasó parecido en la Costa Brava cuando alquilé una moto de agua con un coleguita mío, y como íbamos de empalmada no nos dimos cuenta de que nos había arrollado un barco hasta que una de las hélices le cortó una pierna a mi colega éste, pero por suerte desde el barco se dieron cuenta. Y resultó que eran una pandilla de diez doctoras suecas que se habían venido para acá de vacaciones, le reimplantaron a mi colega éste que os digo la pierna y el resto del viaje te puedes imaginar allí con todas aquellas rubias espectaculares dispuestas a resarcir los daños del accidente". Y entonces es cuando me entran ganas de vomitar del asco. Pero para dentro, porque siempre está el típico que quiere provocarte y te pregunta por tus vacaciones, así como venga, venga, supera ésa si puedes. "Pues yo muy tranquilo en el pueblo, oyendo a los grillos por la noche y a las chicharras por el día, justo al contrario de lo que me pasa cuando llego aquí, que oigo grillos de día y a la chicharra de mi mujer por la noche cuando llego a casa". "¡Ja, ja, ja, cómo eres Ramírez, o Gómez, o Pérez!" "¡Tú si que eres un cachondo!" Así que con media sonrisa me doy la vuelta y me dispongo a concentrarme el la ardua lectura de mis correos electrónicos acumuados, hasta que se me acerca la especimen femenino del batallas, y me pregunta si mi mujer me ha dado las fotos para que las enseñe. "No, Pili, aún no, pero en cuanto lo haga te las enseño". "¡Ah, pues espera que te voy a dar yo éstas para que se las lleves y las véis! Mira, ésta es la de cuando Pepe se durmió borracho en la terracita. Aquí es cuando la policía local le detuvo por escándalo público, no te imaginas qué bochorno. Y ésta cuando se le meó un perró en la playa mientras echaba una cabezadita, ji, jí. Pobrecito mío".

Y nada más sonreír y girarme, me dan ganas de pegarme un tiro en el primer día de trabajo, o de volver a hablar con mi jefe y que me diga blablá... los números, blablá... la letra pequeña. O incluso, si le echo huevos, de tomarme otro café en la cafetería, solo, doble.

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