lunes, 4 de junio de 2012

#04 FRENTE A LAS OLAS




Frente a las pequeñas olas que rompían en la playa se plantó. Miró sus pies mojados que poco a poco quedaban tapados por la arena y las piedrecitas. Luego algo más allá, donde el vaivén sinusoidal del agua le mecía el alma. Y por último puso los ojos en la línea del horizonte. Allí lejos el agua permanecía quieta salvo por el chisporroteo de los brillos del sol sobre su superficie. No sabía nadar. Nunca le había hecho falta. De hecho era la primera vez que el mar le mojaba la piel. Jamás había estado antes en aquel lugar, pero el azar le había llevado hasta allí. Antes del viaje, había cogido un mapamundi, había cerrado los ojos y dejado caer el dedo seguro de que el destino le llevaría a la costa de algún sitio. Al fin y al cabo, hay muchos kilómetros de litoral mundial y su dedo no le podía fallar. Y acertó. Y allí estaba. Una hora después empujó el bote de remos que había comprado por una cantidad desorbitada a un viejo pescador que ya no la usaba. Qué importaba el precio. Cuando el agua le cubría la cintura saltó dentro del bote, enganchó ambos remos y por primera vez en su vida remó. Al principio le costó hacerse, pero al poco tenía cogido el juego y sabía avanzar. Y avanzó. Avanzó mar adentro con la mirada en la playa. No dejó de remar. Pensó que tenía suerte de ser un hombre fuerte, no era tarea sencilla mover toda aquella madera a base de paladas de poca superficie al agua. La playa se alejaba y la roca en la que estuvo sentado por la mañana se confundió con las de su alrededor hasta desaparecer entre ellas. Las pocas sombrillas que quedaban abiertas a aquella hora de la tarde menguaron y sus diversos colores se diluían en uno solo incierto. Y siguió remando. Al poco notó cómo al bajar de una ola ésta ocultaba toda la playa y el paseo marítimo. Sí persistían algunos edificios altos de apartamentos y oficinas lejanos. Y de nuevo, a medida que la ola se alejaba la playa volvía a mostrarse. Y siguió remando hacia el interior, hacia el horizonte que vislumbró desde la playa, pero que ahora comenzaba a perder su color intenso para confundirse con el cielo. Apenas se distinguía dónde acababa uno y donde empezaba otro. Sus tonos se ablandaron lo suficiente como para mezclarse entre sí. Todo el cielo parecía perder vida con la ausencia de claridad. No pudo siquiera ver ya cómo las farolas de la playa ardieron. Y la luz del faro allí no iluminaba. Antes de que todo estuviera en penumbra paró de remar, se puso de pie sobre la barca y miró en todas direcciones para ver lo que quería ver. Nada. Solamente a sí mismo, a su bote y agua meciéndolos a ambos. Y entonces sonrió. Se acomodó recostado en el suelo de la barca. Cerró los ojos y abrió los oídos. Y lo oyó. El silencio. Consciente de que se quedaría dormido, no hizo esfuerzo por evitarlo. Merecía el descanso. Y durmió.

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