domingo, 20 de mayo de 2012

#02 JUEGOS DE BARRA




Aquel día  él la había estado esperando en el bar de siempre hasta las tres de la mañana. Lo cierto es que la espera sólo duro hasta las once, y cuando estaba a punto de salir por la puerta, aquel pivón entró contoneándose y dando una lección de pasarela a todo el personal. Con su minifalda y su top ajustado, ajustaba a su vez las miradas de los presentes y los comentarios de las presentes. Eso era como todas las cosas. No todos estaban ni preparados ni dispuestos a pasar por aquello. Así que en unos minutos la situación se recompuso. Los no preparados o dispuestos tomaron las de Villanueva. El resto se quedó a probar suerte, acometiendo a la presa con torpes invitaciones a copas o bailes que serían aceptados o no, pero eso era lo de menos. Esa noche era ella la que elegiría a su presa. La caza iba a ser más sencilla. Otros se quedarían para creerse que serían capaces de tomar la iniciativa en algún momento de la noche, y se irían a casa con las garras vacías y la imaginación completa de las ilusiones que nunca serían capaces de llegar a hacer realidad por infelices. Una especie más perduraría algún tiempo más, pero nunca hasta el final. Ellas se quedarían el tiempo necesario para adivinar cuál sería el pretendiente afortunado de la noche. Una vez creyeran saberlo, abandonarían el local solas o con sus correspondientes parejas, obligados éstos a salir sin excusa de allí.

Así que él, que no podía soportar a las mujeres que iban de divas y estupendas, se dijo que era el momento de dar una lección de humildad a la que ahora ponía ojitos al camarero mientras éste hacía esfuerzos por sujetar sus babas en la boca y su mirada por encima del cuello de ella, cosa que resultó imposible. Al menos para el resto de los que allí se encontraban. Algunos desconocían siquiera la existencia de cabeza, del objeto en cuestión y propia, por supuesto. Ella conseguía lo que quería por el momento. Una cerveza, una canción favorita aplastando sus pechos contra la luna del pincha. Este sabía de qué se trataba el tema, y como hombre experimentado, ignoró en un principio a la que para él no era más que un trozo de carne, hasta que ella se puso tan pesada con su petición, que el mete discos no pudo sino levantar la mirada y comprobar lo que ya sabía: el gesto afirmativo del dueño desde el otro lado de la barra. Y mientras su tema comenzaba, ella fingía casi un orgasmo de satisfacción, levantando su melena por detrás de su cabeza, doblando un poco las dos rodillas hacia el mismo lado, poniendo morritos apuntando al suelo, en dirección opuesta a sus rodillas, y dando un gritito absurdo, como si aquello hubiera sido una de las mejores noticias recibidas en su vida. Todos los ya dispuestos a ser cazadores aquella noche celebraron aquel éxito con la presa, sin saberse posibles cazadores cazados. La reina de la noche bailó su tema con varios al tiempo, pero sin tocar a ninguno. La canción no lo requería. Cuando ya sonaban los últimos acordes, se dirigió de nuevo a la barra donde le esperaba una nueva cerveza, aunque aún no había terminado la anterior. Levantó un poco un hombro y sonrió. Era tan fácil todo aquello para ella. Ya no tenía ni que plantearse los movimientos, de una forma natural su cuerpo iba y venía por donde ella precisaba en cada momento. Echó un trago de su nueva cerveza y antes de terminarlo se sentó a su derecha un tipo. Ella le miró directamente mientras él daba un trago a su bebida. Pelo negro, peinado… ninguno, gafas de pasta, camiseta de rayas horizontales en tres colores, pantalones algo baggies, pero no mucho, y zapatillas de deporte. Él miraba al frente.

-Y tú, ¿de dónde sales? –preguntó ella.
Él giró la cabeza hacia ella, la miró de arriba a abajo sin ninguna discreción y contestó con otra pregunta:
-¿Y tú me lo preguntas? No creo que sea yo el que parezca de acaba de bajar de una nave precisamente.
Y volvió a su bebida antes de contemplar la cara descolocada de la chica. Al comprobar que ella seguía mirándole sin decir nada, él se adelantó:

-¿Qué? ¿Te ocurre algo?

Ella reaccionó:

-En otras circunstancias no me habría importado lo más mínimo que un pringado como tú me dirigiera la palabra en ese tono. Pero resulta que hoy es un día especial, me lo quiero pasar bien en general con todo el mundo, y en particular puede que con alguno, y tú ocupas un precioso espacio a mi lado que puede que el destino ocupe correctamente en algún momento de la noche.

Él giró todo su cuerpo esta vez rápidamente. La volvió a observar de arriba a abajo, pero aún más detenidamente si esto era posible. Ella se ruborizó un poco, pero sabía que no se la notaba.

-¿Qué te hace pensar –preguntó él- que no soy yo una de las soluciones alternativas de esta noche? ¿Acaso no eres del tipo de mujeres a las que les van los desafíos? Te reto. Te reto a que me hagas cambiar de opinión sobre cachos de carne con ojos como tú.

-Muy tentador, pero hoy sí soy todo un cacho de carne con ojos y tetas grandes. Y me da lo mismo lo que la gente piense. Hoy es mi día de pasármelo bien.

Él la miró a los ojos durante diez segundos, y ella le mantuvo la mirada sin pestañear.

-De acuerdo. Tú ganas. Me terminaré la copa a una distancia adecuada de la presa más fácil de la noche. Suerte.

Y se alejó unos metros en la barra.

Y la cacería tuvo lugar. Hubo presa, hubo premio, no se sabe si hubo nada aparte de lo que los presentes presenciaron – una salida furtiva del local del brazo de un tipo que condujo un descapotable a toda velocidad por la avenida hasta que giró bruscamente a la derecha – y hubo derrotas. Muchas. Muchas mentes se contentaron con tomarse otra más en silencio o comentando con algún otro derrotado la injusticia de la vida. No hubo castigo, ella fue más lista. Así que él se contentó, o al menos eso quiso creer, con imaginar diferentes finales a aquella velada en la que el pivón no vencía, sino que se le conseguía dejar en ridículo. Y tal vez vejado. Tampoco es que el personal fuera una ayuda inestimable. Decidió que otra noche buscaría otra víctima para alimentar su orgullo y saciar su odio hacia la mujer que le dejó plantado esa noche y que es probable fuera a hacerlo más veces cuando su ira se redujera a ceniza. Pronto. Así era él. Él  y muchos otros.

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