Cerró los ojos para oír su voz y le pareció que aquella vez había sido
la buena. El esfuerzo le había merecido la pena. Después de tres años de
ensayos casi diarios, por fin podía decir que lo había conseguido, que había
dado con su registro. El ritmo, la entonación, la vocalización. La
interpretación. Todo había sido perfecto. Estaba satisfecho y su orgullo había
engordado de golpe quince quilazos. Sonreía para sí y se daba palmadas en la
espalda. Enhorabuena. Lo has logrado. Ha valido la pena tanto trabajo. Ya
puedes considerarte un profesional. Mira todo el espectro de posibilidades que
se abre ahora ante ti. Has dado el salto, se decía.
Javier se mantuvo en silencio hasta el final, como siempre hacía.
Aquella vez no tomó ni una sola nota, lo que para Pedro no era sino un buen
síntoma.
―Quiero oirlo otra vez ―dijo Javier.
Pedro comenzó a encogerse cuando vio a Javier sujetar el bolígrafo y
empezar a garabatear después de cada una de las sentencias. No dio cuartel a
ninguna. Incluso alguna la repitió dos y hasta tres veces. El orgullo de Pedro
que había engordado tanto en la primera vuelta, se sintió amenazado en la
segunda. Y llegó el juicio:
―La vocalización casi perfecta. Te has saltado tres sinalefas. “Me has
vencido” es “me HAS vencido” y no “más vencido”. Y doscientos es “doSCientos”,
y no “doCientos”. Y lo mismo con “treSCientos” y demás. Aquí, aquí y aquí se te
pierde la voz al final. No has respirado bien, y eso es porque no te has
marcado bien las pausas. Te has quedado sin aire. Hay un par de ruidos con la
lengua, pero bueno, en cierto momento se podrían quitar. Te has ido fuera de
tiempo. Es un spot de veinte segundos, tú te has pasado dos. Lo cual me lleva a
tu interpretación. Para mi abuela estaría bien, pero como ves esto va dirigido
a quinceañeros, así que más ritmo y sobre todo más alegría. Te ha faltado
sonreír sólo todo el tiempo, Lo quiero más sonreído ―. Hizo una pausa―. Pero
bien. Mejor que nunca. Te tendrías que oír cuando llegaste el primer día, la
primera semana, el primer mes. Así que al micro otra vez y, ya sabes, ¡pásatelo
muy bien!
Pedro se colocó delante del atril y con ganas de llorar plantó una
sonrisa de oreja a oreja en su cara y ordenó:
―¡Lánzalo otra vez!