miércoles, 21 de noviembre de 2012

# 26 A OSCURAS.



Salir corriendo del nido de pasión de una mujer casada porque el marido ha vuelto de viaje antes de lo previsto tiene ciertos inconvenientes. Aquel día todo sucedió demasiado rápido, de tal modo que me encontré en lo que supuse que era el garaje particular del chalé adosado de la maciza en cuestión (y de su marido, que imagino volvió en taxi), con los pies sobre el frío y húmedo suelo y el rabo entre las piernas, después de un corre-métete-aquí, con un montón de ropas sobre mis brazos fuertemente apretados contra mi pecho. Totalmente a oscuras, suplicando que mis fuertes latidos no se oyeran en el resto de la vivienda, mis primeros pensamientos se centraron en la urgencia de vestirme tan rápido como pudiera con aquello que sujetaba, ignorando si se trataría de mis prendas y, si así fuese, si estarían al completo por la urgencia de la fuga. De inmediato supe que mi calzado sí estaba, en aquel momento comencé a sentir las tapas de los tacones de mis zapatos violentamente clavándose en mis antebrazos. Bien, no estaría descalzo. Antes de depositar todo el montón que sujetaba para comprobar al tacto el inventario de mis prendas, palpé el suelo por si estuviese mojado, ya que mis pies se habían quedado demasiado fríos para sentir nada. Seco. Aparté los zapatos para el final con la barbilla hacia arriba como hace Juan cuando me vende los viernes el cupón de los ciegos. Rápidamente identifiqué los ásperos vaqueros. Qué suerte. Un hombre sin pantalones es menos hombre cuando amanece. La camisa también estaba. Deslicé mis dedos por una de las mangas hasta que llegué al bolsillo y comprobé que el paquete de tabaco había desaparecido, y con él el mechero. Lástima, eso habría ayudado. Continué la búsqueda y topé con algo que no supe de qué se trataba a primera vista, quiero decir, al primer contacto. Por lo suave habría dicho que era seda, y mi imaginación, aún dispuesta a experimentar, pensó directamente en aquellas braguitas negras que mis dedos habían memorizado bien unas horas antes. Ese color negro en la oscuridad no ayudaba a dar luz a nada, la verdad. Aparte del hecho de descartar que se tratara de la ropa interior de mi amante, porque a medida que mis dedos continuaban con la inspección del objeto, una forma cuadrada no casaba con el concepto de bragas. Fuera lo que fuese lo aparté descartándolo de aquello que fuese mío. El miedo a no encontrar el resto de mis cosas no era tanto por el hecho de estar desnudo, ya que sabía que hasta ese momento tenía vaqueros, camisa y zapatos, sino por pensar que el cornudo hubiera encontrado algo ajeno en el dormitorio donde dejé todas mis prendas. A mi izquierda del todo estaban mis calcetines. Finos y arrugados pude cogerlos. Mis calzoncillos no estaban alrededor, a pesar de haber palpado un semicírculo, ya de rodillas en el suelo, delante de mí no había nada más. Ponerme los vaqueros ya resultó una odisea. Rápidamente localicé la parte de alante y la de atrás. No obstante, al ir a meter la pierna derecha por la pernera, ésta estaba medio doblada y me impidió poner el pie en el suelo en sitio que tenía previsto. Noté cómo mi cuerpo había perdido el equilibrio demasiado tarde para tratar de retomarlo, y me desplomé hacia la derecha. Afortunadamente no me golpeé con nada que no fuera el suelo, pero en cierto sentido agradecí no tener luz para no verme a mí mismo medio encogido, absolutamente desnudo excepto media pierna derecha, y tirado por el suelo de un garaje. Patético. Sin moverme apenas del sitio para evitar otra caída, introduje la pierna derecha del todo, la izquierda, apoyé los pies contra el suelo y subí los vaqueros completamente. La sensación no fue agradable sin los calzoncillos, la verdad. Me arrastré pasando por encima de mi camisa hasta volver a localizar los calcetines mientras me clavaba un zapato en la rodilla izquierda. Cansado de aquel trajín, me los puse deprisa sabiendo que el derecho estaba al revés, aunque esto sólo lo noté en el tacto de las manos, los pies los tenía ya insensibles del todo. Ponerme la camisa, aun sentado en el suelo, no podía ser tan complicado. Metí los brazos en las mangas rápidamente y fui abotonándola, pero tenía un zapato debajo del culo y no llegué a terminar. Me puse de rodillas en el sitio para localizar ambos zapatos. Me los puse y até los cordones con agilidad. Aún así, sentí que me quedaba sin cordón en una de las lazadas. A tientas busqué una pared donde apoyarme y esperar a que se hiciera la luz y poder comprobar el resultado. Encontré de nuevo el trozo de seda. ¿Un pañuelo? ¿De hombre? Espero que el marido de mi amante no tuviera en sus manos mis calzoncillos para sonarse los mocos. O secarse las lágrimas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario